Las generalizaciones, además de odiosas e injustas, son mínimamente ciertas. Se dice, por ejemplo, que “los colombianos” somos violentos. Y como no hay modo de probarlo, basta decirlo para que muchos crean que es cierto. Por ello no puedo decir que “los colombianos” odian a Gabriel García Márquez.
Gabriel García Márquez, el más grande escritor colombiano de la historia y una de las cumbres de la literatura en lengua española de todos los tiempos, apareció de nuevo en las noticias de las últimas dos semanas cuando se supo que, a sus 87 años de edad, había ingresado en un hospital de Ciudad de México.
Hace dos días se supo que el escritor, ya en su casa de San Ángel, seguía estable pero delicado de salud. Algo más que natural en un hombre de su edad, que vive serenamente y con sorprendentes relámpagos de lucidez su alejamiento del mundo.
Gabriel García Márquez provoca en Colombia menos unanimidad como persona que como escritor. Con el tiempo, a medida que su gloria se volvía universal, la persona fue rodeada de equívocos. Sobre el escritor opinan igualmente aquellos que lo han leído apenas “de oídas”.
Un primer equívoco tiene que ver con el patriotismo, tan de moda en los últimos 10 años. Se dice que por haber vivido más de medio siglo en México, García Márquez no es “colombiano”; que por ser amigo de Fidel Castro es un “comunista despreciable”; que por haber entregado hace 40 años 100 000 dólares del premio Rómulo Gallegos al venezolano Movimiento al Socialismo (MAS) es un apátrida. Un mal vallenato de aquella época le reprochaba no haber destinado ese premio a una escuelita en Aracataca. Según estos intérpretes de la caridad cristiana, Gabo debería repartir su riqueza entre los pobres. Solo falta que le pidan repartir la pobreza en que vivió de 1948 a 1967, cuando el escritor que se ganó pobremente la vida haciendo un periodismo feliz tuvo que salir a buscársela dignamente fuera de Colombia. Cuando quiso regresar, un mezquino “estatuto de seguridad”, promulgado por colombianos “ilustres”, lo obligó a prolongar su exilio voluntario en un gran país hospitalario: México.
He leído en la prensa colombiana repugnantes comentarios sobre el escritor y la persona. Y es muy posible que esos o peores comentarios se repitan al pie de esta columna. La ferocidad de estas “críticas” no tiene nada que ver con el debate de ideas que suscitan las posiciones políticas y vitales del escritor y hombre púbico. Son juicios mezquinos, odios que se expulsan por las cañerías que le han salido al periodismo escrito. Quienes han disentido con altura de sus posiciones (por ejemplo, el historiador mexicano Enrique Krauze en su ensayo ‘García Márquez, a la sombra del patriarca’) nunca han confundido la crítica con la mezquindad. Pero, entre nosotros, esta parece ser más fácil que la gratitud.
* Esta columna fue escrita antes de la divulgación de la noticia del fallecimiento de Gabriel García Márquez, ocurrida ayer.