Los resultados de la consulta popular han provocado un sinfín de reacciones y comentarios. No deja de ser curiosa la apropiación del no por parte de los detractores del sí, nostálgicos de otro tiempo cuando todo era fantástico y el país funcionaba de maravilla. Así es la política. Posiblemente no son todos los que están ni estén todos los que son. No serán pocos los que se sumaron al carro del vencedor. Y quizá sean muchos los que con su no rechazaron esta política cansina hecha de quiebros y regates, que nos ubica, una vez más, en el principio de la historia y nos obliga a volver a empezar. Curioso que, hasta los perdedores se declaren vencedores.
En el antiguo régimen, este era uno de los comentarios que se oían por doquier: cuando termine esta pesadilla habrá que volver a empezar, reinstaurar la institucionalidad, reconstruir el país y reinventar la ética. Bueno es que vayan cayendo los telones y quede al descubierto el gran engaño, esa ficción impuesta en la que vivíamos. Por razones pastorales me toca recorrer con frecuencia la carretera Riobamba – Cumandá. Mi chofer suspira con profunda convicción y dice: “¡Señor, cómo está esta carretera!”. Y yo, invariablemente, respondo: “¡Señor, cómo está este país!”. El cemento rajado de parte a parte, los baches y la imposibilidad de avanzar sin tropiezo, me hacen pensar en el estado de una revolución que se las prometía felices por años y años y que, de golpe, muestra el rostro desmaquillado y desvencijado del líder y de sus promesas, la imagen de un pequeño césar derrotado, apenas protegido por los escudos de las legiones.
Por ahora, sólo el tiempo dirá hacia dónde vamos, suponiendo que haya alguien que lo sepa. Pero, si alguien lo sabe, sería bueno que lo dijera y se definiera la hoja de ruta en lo económico, en lo político y en lo institucional. Dicen que el momento es otro. Pero no alcanza con ganar la consulta. Toca recomponer leyes y mecanismos de participación, mayorías y minorías, empleos y economías y, con urgencia, sanar las heridas de la corrupción.
Llama la atención el resultado de algunas de las preguntas, me refiero especialmente a Manabí y, en concreto, a la pregunta relativa a los abusos sexuales. Ante un 42% a favor del no, me pregunto si la fuerza de la ideología, de las emociones o de los intereses partidistas es tan grande que pueda poner en peligro el sentido común. Entendería que haya personas que no estén de acuerdo con limitar la reelección indefinida o la ley de plusvalía, pero resulta inconcebible que haya alguien que contemporice lo más mínimo con el abuso de menores o de mayores. Ante semejantes delitos la tolerancia, jurídica y social, debe ser cero. Yo no deseo un país (¡Ecuador, mi país!) en el que haya tiernas y pequeñas Emilias que tengan que sufrir secuestro, violación y muerte.
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