Fútbol y globalización

Un viejo periodista brasileño, testigo del ‘Maracanazo’ de 1950, cuando la Selección uruguaya bajó de su nube a la encumbrada Selección brasileña, testigo de la tragedia nacional del pasado miércoles, le dijo a W Radio que el problema de hoy era la falta de arraigo de los jugadores.

Acaso sin saberlo, el curtido comentarista estaba hablando de globalización. Desde hace muchos años, desde que algunos países (Argentina y Brasil, primero) demostraron que eran fértiles en grandes jugadores, los europeos se lanzaron a la cacería de talentos para sus empresas multinacionales.

Los equipos europeos de hoy son como los autos: conocemos el prestigio de la marca, pero las partes son de muchas nacionalidades. La nueva materia prima latinoamericana –tan valiosa como la madera extraída ilegalmente de nuestros bosques– son figuras individuales, casi adolescentes, salidas de barriadas, favelas, tugurios y aldeas, cuidadas como oro por quien piensa en la inversión y en la ganancia del pase.

Desde hace 30 o más años, casi todos los países latinoamericanos donde hay fútbol profesional son exportadores de materia prima de lujo. Sin embargo, no pierde su denominación de origen: con muy pocas excepciones, las nuevas estrellas son hijos de la pobreza. De repente dan el paso hacia la riqueza enriqueciendo a los clubes que especulan en un mercado de cifras fabulosas. Tiene razón el comentarista brasileño: hoy, los buenos jugadores tienen vacaciones cortas con la Selección de su país y una sede permanente con el club que les multiplica la celebridad y el valor. No es que pierdan el sentimiento nacional: todo lo contrario, aprenden desde lejos a querer más lo que abandonaron. La prueba la dio la Selección colombiana en estos mundiales.

América Latina exportadora de lujosa materia prima futbolística puede haber sufrido, en casos, no una crisis de crecimiento, sino una crisis de celebridad. Lo que le pasó a Brasil, podría sucederle a Argentina (la leyenda es a veces más poderosa que el equipo), sería una prueba. Sí se ha perdido en aras de la globalización es la identidad del juego nacional, ahora más pragmático, menos desinteresadamente bello.

Si algo se ha visto en este Mundial es la trágica caída de los dioses y la emergencia milagrosa de los de segunda fila: Chile, Colombia, Costa Rica. Con sus partes regadas en muchos clubes, con estilos y disciplina de equipo diferentes, ¿es posible darle coherencia a una Selección nacional? Desde hace más de medio siglo, Argentina y Brasil han estado exportando luminarias. Pese a esto, sus selecciones nos han ofrecido maravillosos espectáculos futbolísticos, que vuelven más lamentables los momentos de altivez y mediocridad en que cayeron.

La globalización del fútbol no es nueva, pero sí más intensa. Está regida por leyes implacables: de cien, corona uno. Un jugador exitoso es una imagen que vende, un producto que se exprime como naranja. Un jugador con talento tiene un ojo puesto en el equipo de su país y otro en el club multinacional que lo volverá célebre y rico.

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