Quizás uno de los costos en apariencia intangible que tantos años de postergación han traído los malos gobernantes es habernos llenado de resentidos. Los que llevan el odio larval y al que tanto temían los griegos que alcanzaran el poder.
Incluso, preferían al que odiaba antes que al resentido. Ese que vive mimetizando su malestar incluso al costo de la incoherencia y las contradicciones de las que se alimenta para buscar castigar a todos cuando tenga la menor posibilidad de hacerlo sin darse cuenta que lo único que en verdad hace es mantener el status quo de una rueda que sigue girando en la misma dirección de las postergaciones que han dado nacimiento a este tipo de personajes. El resentido se alimenta de sus frustraciones y fundamentalmente no ama porque su combustible es otro.
En estos tiempos en que el ejercicio del poder se observa en la perspectiva del amor cada vez como mayor frecuencia valdría la pena analizar cuántos resentidos hemos tenido como presidentes y de qué manera la ausencia de oportunidades en democracia ha generado este tipo de gobernantes que ha traído tantas postergaciones a nuestros países.
Habría que colocar tal vez unos carteles de advertencia en tiempos de campaña que diga: “Felices y realizados… abstenerse” como si el Gobierno solo tuviera espacio para quienes se han alimentado de esas larvas que consumen los buenos propósitos y postergan las realizaciones colectivas. Aquellos que creyendo hacer el bien… logran lo contrario y establecen el mecanismo permanente de la revancha y la confrontación como modelo.
Lejos de esas concertaciones que permitan evolucionar de manera sostenida con renunciamientos a veces y postergaciones de logros personales en otras. La tendencia totalizadora del poder en democracia es una contradicción. Ella encuentra su fortaleza en lo que parece una debilidad. Entender al todo como compromiso y la visión particular, egoísta y resentida como elementos que impiden la realización del “sueño colectivo” es parte de un proceso de aprendizaje en que toda América Latina debería abocarse en el ánimo de crear sociedades más justas y equitativas.
Esa idea revanchista, confrontacional y persecutoria consolida en el tiempo una dinámica opuesta al desarrollo y la prosperidad. Estamos mal porque los resentidos de todo signo han alcanzado el poder para sostener un ritmo nefasto de repetición de errores y de acciones tendientes a mantener el odio larval como expresión política fundamental y básica.
Requerimos madurar como sociedad si ambicionamos liderazgos más nobles que comprendan la complejidad de las relaciones sociales pero por sobre todo aprovechen estos periodos inusuales de prosperidad económica para alcanzar proyectos colectivos que no se acaben tomándose la revancha sobre algún personaje de ocasión.
El subcontinente del permanente reiniciar como Sísifo solo sirve para continuar siendo pobres, odiados o aun peor: con líderes resentidos.