Terminado el encanto del ofrecimiento de lo nuevo, reveladas las verdaderas intenciones de un proyecto concentrador que se propuso desde el primer instante coparlo todo, mermada la riqueza extraordinaria con la que se encontró el país por casi ocho años, bloqueados los accesos a nuevas líneas de financiamiento, porque a ojos de los posibles acreedores el sujeto de crédito ya no cuenta con recursos suficientes para garantizar el pago de sus deudas, exhaustas las arcas fiscales puesto que no existió una pizca de previsión y se denostó contra el ahorro, el modelo que fue anunciado con grandilocuencia termina convirtiéndose en un completo desaguisado, que nos devuelve súbitamente a una realidad de la que pretendíamos haber escapado.
Al final de este largo y pesado camino, el país nuevamente se encuentra en riesgo de desandar la ruta recorrida. Los indicadores desde hace rato empezaron a prender las alarmas; las últimas cifras y proyecciones que han sido publicitadas determinan que el crecimiento será nulo o negativo en este año y ya se mira que podrá haber un retroceso en materia de empleo.
El Gobierno ya no entusiasma. Su discurso repetitivo y cansino es incapaz de transmitir confianza a un sector al que siempre menoscabó y despreció, que como consecuencia de recibir tantos ataques simplemente se retrotrajo y dejó de invertir. Ahora se sufren las consecuencias y por más que se realicen ofrecimientos aparentemente atractivos, el clima hostil y la arremetida verbal no cesan, con lo que difícilmente se podrán lograr resultados importantes en el corto plazo.
El hecho que nuestros vecinos reciban inversiones foráneas por el orden del 3% del PIB, a diferencia de nosotros cuyo porcentaje no alcanza ni el 1%, no es gratuito. Es el resultado de implementar una política que jamás se preocupó de atraer capitales, porque simplemente no encajaba en el modelo que se implementó a lo largo de casi una década.
Carente de recursos, el experimento empieza a mostrar sus costuras. Funcionó para los propósitos del régimen mientras había un flujo importante que permitía la realización de obras que imprimían un sello de modernidad. Nada más hubiese faltado que con la inmensa cantidad de dinero con que contó este Gobierno, no se hubiesen realizado ciertas obras de infraestructura. Pero gran parte de ese flujo se hizo humo en gasto corriente y subsidios; pudo haber sido administrado de mejor manera, a efectos de enfrentar momentos en que la coyuntura del exterior ya no fuera favorable.
En fin, el Régimen ya no representa la novedad. Es predecible y poco efectivo a la hora de plantear soluciones a los problemas que no encontraron salida y que ahora reaparecen con más fuerza. Su tiempo se agotó y la hora de buscar su reemplazo en las urnas se acerca. Surgen al menos dos inquietudes: ¿En qué condiciones asumirá un nuevo gobierno si no se realizan los correctivos que sin duda son inminentes? ¿Será capaz el Gobierno, en plena campaña electoral, ceder ante las tentaciones electoreras a sabiendas que aquello le puede mermar el respaldo en las urnas a quien designe como su heredero político?
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