El fraude de la Unasur

El perfil de cualquier dictadura en América Latina y el Caribe sigue siendo el mismo. El del lobo sin disfraz, como en Cuba, o el del lobo vestido de voto popular, como en Venezuela.

Igual suprime libertades y reprime con fuerza criminal. Igual celebra elecciones y reelecciones. Igual prolonga su poder en el tiempo a costa de la calamidad de su pueblo.

Igual penetra en instituciones regionales e internacionales y captura sus órganos de dirección, como ha hecho el gobierno de Nicolás Maduro con la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas).

Para Maduro no importa que la secretaría pro témpore de la Unasur esté en manos de Surinam. Importa que un hombre de la confianza total del chavismo, como Alí Rodríguez, maneje la secretaría general del organismo, alterando sus reglas y estatutos.

Hugo Chávez quería que la Unasur reemplazara a la OEA. Más que un deseo propio era una demanda intensa de los hermanos Fidel y Raúl Castro. La dictadura de La Habana buscaba cobrarse una histórica revancha de su exclusión del sistema interamericano.

Su objetivo consistía en herir de muerte a la OEA. No lo logró, pero se esforzó por mediatizarla, promoviendo democracias a la cubana, como la de Venezuela y Nicaragua, entre otras.

¿De qué seducciones se valió la Venezuela de Chávez y Maduro para no solo incorporar a países realmente democráticos en la Unasur, sino también ideologizarla y hacerla pasar por el aro político y burocrático del socorrido castrismo?

Una de ellas fue la invocación al común denominador de origen de la mayoría de gobiernos latinoamericanos y del Caribe: el voto popular.Solo que a la hora de su adhesión a la Unasur no estaba clara una diferencia crucial entre ellos.

Una cosa es el voto popular en gobiernos que reconocen su obligación de promover y defender la democracia. Otra cosa es el voto popular como disfraz de autoritarismos y dictaduras que reclaman para sí consideraciones democráticas y humanitarias que no las tienen con sus pueblos. Menos aún con sus opositores.

Es hora de preguntarnos si los gobiernos democráticos del continente tienen la voluntad política no solo para impedir la grosera manipulación venezolana de la Unasur, sino para denunciar la estafa de la que han sido víctimas.

Está claro para ellos que el voto popular es el nuevo disfraz de dictaduras como la de Maduro y otras similares, que pasan por democracias y envuelven en sus redes a las auténticas, mediante trampas como Unasur.Irónicamente, la OEA ha terminado pareciéndose a Unasur: cero compromiso real con la democracia en la región.

Es realmente triste que una personalidad como José Miguel Insulza, que viene de una vieja y reconocida trayectoria de lucha por la reivindicación democrática en el Chile de Pinochet, subordine la posición de la secretaría general de la OEA al mensaje y tono de la secretaría general de la Unasur, frente a la represión de Maduro.

Suplementos digitales