Lavíspera del horroroso y condenable ataque terrorista en París, que se cobró 130 vidas inocentes, se produjeron otros ataques terroristas igualmente horrorosos y condenables. Uno en Beirut, que causó 43 fallecidos; otro en Bagdad, que provocó 19 muertos –¡qué trágica paradoja!- durante un funeral, y cinco días más tarde, un tercero igualmente ruin y cobarde, esta vez en Bamako, la capital de Malí, que ocasionó 27 muertos. Todos estos hechos han sido reivindicados por el movimiento terrorista Daesh (denominación correcta y que es la que debe utilizarse. El autoproclamado “Estado Islámico” no es tal y a través de ese título pretende legitimarse internacionalmente como si lo fuera sin tener ninguna de las condiciones para ser un Estado) en su perversa e implacable lucha contra lo que se llama Occidente y, en general, contra los denominados infieles, todos los que profesan una fe que no sea el Islam.
Una más que legítima ola de indignación y solidaridad con París recorrió el mundo por lo ocurrido. Hubo pronunciamientos oficiales de jefes de Estado, ministros, personalidades, minutos de silencio hasta en eventos deportivos, expresiones de medios de comunicación y, en general, de los pueblos del mundo. Hay que reconocer que no se produjo lo mismo con lo sucedido en Beirut, Bagdad o Bamako; claro está, se habló de lo ruin de los acontecimientos pero no hubo esa similar repercusión y reacción mundial de adhesión y condena.
El presidente Obama llamó acertadamente a la tragedia en París como un “ataque a la humanidad” pero no dijo lo mismo sobre lo acontecido en las otras capitales. ¿Acaso los atentados en Beirut y Bagdad no lo fueron también? Como lo expresó con crudeza pero con razón una comentarista de la BBC, en Occidente existe una “indignación selectiva” respecto del terrorismo y sus consecuencias.
¿Cuál fue la reacción de Europa y de Estados Unidos cuando hace pocas semanas en la capital de Turquía, Ankara, bombas y balas de Daesh mataron a 102 jóvenes durante una marcha paradójicamente por la paz? Por supuesto que hubo un rechazo unánime pero ni de lejos el sentimiento que generaron los ataques parisinos. Y eso que Turquía es un país musulmán moderado, que forma parte de la OTAN, que tiene una relevancia geoestratégica enorme para Occidente y, además, aspira inclusive a ingresar a la Unión Europea. ¿Por qué no tuvo esta matanza la misma repercusión a pesar de estas consideraciones tan relevantes? No lo tengo claro aunque me imagino.
¿No será que, como decía por ahí un tuit, “los muertos árabes pesan menos que los europeos”? O que para los medios globales los muertos y la violencia en países o regiones que no sean Europa o Estados Unidos ya no son tan relevantes pues la muerte y el terror son demasiado frecuentes y se ha banalizado? No caigamos nosotros en esa percepción.