La información respecto a fraudes electorales es tan escasa y tan opaca que es difícil saber en qué medida – con índices cifrados – se ha empeorado. En todo caso, la magnitud de las denuncias, informes y sospechas de irregularidad son tales que parece que indiscutiblemente el tiempo ha obrado de manera inversa con la democracia. Es decir, con el transcurso de los años no hemos perfeccionado nuestros sistemas electorales, sino que por el contrario, estos son cada vez más vulnerables, más asequibles a la manipulación, más instrumentalizados por ciertos grupos de poder.
Posiblemente el mayor ejemplo de esto se dio en las pasadas elecciones estadounidenses. Se trata del país más poderoso del mundo y una de las más viejas democracias; sin embargo el ODNI (oficina que representa a 17 agencias de inteligencia estadounidenses) emitió un informe actualmente desclasificado (“Evaluación de las actividades e intenciones de Rusia en recientes elecciones estadounidenses”) en el que concluye – con un nivel de “alta confianza” – que Rusia interfirió en la elecciones a favor del populista Trump. Según la CIA, se difundieron falsas noticias respecto a Hillary Clinton, se robó información que la desfavorecía y se la difundió, entre otras maravillas. Claro, Donald Trump, con la falta de ética que lo caracteriza, no ha querido dar mayor importancia a denuncias que ennegrecerían su victoria.
Pero los ejemplos de fragilidad no terminan aquí. En mayo del 2015, 900,000 alemanes se quedaron sin acceso al internet; poco después se reveló que ello fue un efecto de un hackeo por parte de Rusia a congresistas en ese país. Ahora se teme que ataques cibernéticos – no solo rusos, sino de cualquier parte – afecten las venideras elecciones teutonas. En diciembre 2016, el moderado demócrata italiano Matteo Renzi tuvo que renunciar al fracasar su plebiscito sobre unas reformas constitucionales. Sobre aquel proceso también hay gravísimas sospechas de manipulación.
Ahora se acercan las elecciones francesas; un proceso archi estratégico en las pugnas geopolíticas. De manera difícilmente explicable la populista Marine Le Pen – con un extenso y profundo historial de escándalos de corrupción – ha visto que sus enormes fechorías pasen a segundo plano, mientras que las acusaciones al demócrata Fillón (de infinito menor calibre) hunden al candidato. Al mismo tiempo, la agencia de inteligencia gala DGSE ha advertido sobre las intenciones rusas de favorecer a la populista.
Las grandes potencias ahora se estremecen de miedo con la hipótesis que incluso sus sistemas de conteo de votos y digitalización de información electoral sea manipulado. ¿Y, el mundo en vías de desarrollo, el Ecuador, cuánta seguridad ofrecen a los ciudadanos respecto a sus procesos electorales?