Es lógico que un Presidente apoye a sus candidatos porque cualquier Gobierno desea aumentar su capital político captando las instancias de poder local. Como es obvio, las municipalidades son una cuota clave de ese poder.
Así que nada raro tiene que el presidente Correa haya enviado una carta a los militantes de su movimiento urgiéndoles a votar por Augusto Barrera, candidato a la Alcaldía de Quito.
Lo que sí llama la atención en esa misiva es que el Jefe del Ejecutivo sugiera que una derrota electoral de su candidato a Alcalde pueda desatar un proceso de desestabilización de todo su Gobierno.
Ese razonamiento incluso le da pie para citar estas palabras de Ignacio de Loyola: “En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición”.
Fidel Castro citó innumerables veces esa misma frase. El bloqueo impuesto por los EE.UU. ha convertido a Cuba en una fortificación rodeada por el enemigo, argumentó -con razón- el dictador cubano.
Lo criticable fue que ese acto de guerra de los norteamericanos fue utilizado por Castro para suprimir unilateralmente todos los derechos y libertades al interior de su país. La posibilidad de disentir no solo fue desechada sino estigmatizada como un acto de colaboración con el enemigo. (G. W. Bush quiso hacer algo igual tras los ataques del 11 de septiembre).
La carta del presidente Correa a sus militantes revela ese mismo talante guerrerista con el que este Gobierno interpreta el ejercicio de la política. “El enemigo sabe la importancia de Quito. Conoce que desde ahí puede desestabilizar a tu Gobierno”, dijo el Presidente en aquel documento.
Bajo una perspectiva de enemigos -y no de adversarios- la lucha por el poder se convierte en un juego de suma cero donde una facción sólo puede ganar si destruye por completo a la otra. Es la lógica que imperó durante los años de la Guerra Fría y que produjo -y sigue produciendo- injusticias sin nombre en países como Cuba.
Sería gravísimo que los quiteños aceptáramos las premisas y conclusiones de la carta presidencial: disentir es un derecho inalienable en un sistema verdaderamente democrático. Más bien debemos cultivar ese derecho para arribar a mejores consensos sociales.
Tampoco es razonable creer que la derrota del candidato oficial a la Alcaldía capitalina pueda llevarnos a un clima de inestabilidad política.
Si aquello ocurriera, se produciría un relevo en la administración de la ciudad capital y nada más.
Ese nuevo equipo debería continuar las obras emprendidas por Augusto Barrera y enmendar los errores de aquella administración.
Es imprescindible rechazar cualquier retórica que promueva la polarización política. Un clima así es fértil para los errores porque impide la reflexión social.