Para el pensamiento tradicional, las naciones latinoamericanas han existido siempre, primero como pueblos aborígenes, luego como colonias ibéricas y al fin como repúblicas independientes. Resultaba indiscutible que la Nación Ecuatoriana era una entidad que venía desde el más remoto pasado, hasta que se constituyó como Estado en 1830 y tomó el nombre que ahora lleva.
Esa visión, sin embargo, no es correcta. Las naciones son producto de procesos históricos complejos que deben ser estudiados con detenimiento y sentido crítico. Por ello, el plantear la cuestión nacional resulta ser una actitud contestataria. En nuestro país, esa actitud la asumieron varias generaciones de pensadores, entre ellos muchos socialistas, que han hecho importantes contribuciones a la reflexión sobre la nación ecuatoriana y su identidad.
Uno de los ejes del movimiento intelectual ha sido la preocupación por la patria, por nuestro Ecuador. Precisamente fue una postura nacionalista, reivindicativa de lo propio como elemento revolucionario, la que desató la primera división de la izquierda al final de los años veinte e inicios de los treinta. De la crisis inicial surgió un socialismo comprometido con lo nacional y con lo latinoamericano, que buscaba el cambio del país, “no como copia ni calco sino como creación heroica”. Desde entonces, el socialismo ha tenido un sello ecuatoriano definitorio y ha propuesto los valores nacionales como fundamento del proceso revolucionario, desechando las posturas de quienes en nombre del marxismo y el “internacionalismo proletario”, rechazaban los valores patrióticos y las raíces nacionales de la izquierda.
El socialismo apareció en el país en las primeras décadas del siglo XX, y se consolidó como propuesta ideológica y alternativa política en los años veinte. Uno de sus componentes fundacionales fue el alfarismo radical, derrotado por la oligarquía liberal, que reivindicaba los elementos populares y profundamente nacionales de la revolución encabezada por Eloy Alfaro, quien desde sus años de lucha fue un símbolo de las posturas patrióticas y nacionalistas.
La naciente izquierda profundizó la lucha por las conquistas democráticas del Estado Laico, especialmente en la educación y la cultura. A ello añadió la denuncia de las condiciones sociales y económicas del Ecuador y América Latina. Al enfrentar a las clases dominantes, el socialismo afirmó al pueblo como protagonista de la historia. Amplió la visión nacional más allá de la percepción del pueblo como una comunidad mestiza con una cultura común.
En estos años en que se habla mucho del “socialismo del siglo XXI”, cuando parece que las raíces históricas no cuentan, es bueno recordar que el socialismo y la izquierda han enfrentado la cuestión nacional y han reivindicado a la patria desde hace noventa años.