El 23 F también fue un insospechado momento de ruptura en un proceso de búsqueda permanente de los ecuatorianos por un mundo mejor.
Cuando parecía que todos los caminos se cerraban, que la arrogancia y el autoritarismo se volvían irrefrenables e imbatibles, la energía contenida en la gente, la olla de presión, no encontró una salida en la violencia (que era probable), sino en la democracia, en el voto, como instrumento para frenar momentáneamente al ciclón.
Quito, como tantas veces en la historia fue el epicentro de las renovadas fuerzas.
Una ellas, que contribuyó a la derrota oficial, es la corriente intergeneracional, pero sobre todo juvenil de defensa del Yasuní que luego del 23 F se ha visto potenciada.
La recolección de firmas liderada por los Yasunidos es el siguiente momento y la nueva ruta por la que transitan las esperanzas de cambio no solo coyuntural sino estructural.
En efecto el tema de la lucha por el Yasuní no solo coloca al Gobierno contra las cuerdas y le obliga a mirar sus olvidadas promesas ambientalistas, sino que desmantela el frágil y contradictorio discurso oficial de cambio de la “matriz productiva” sustentado en feroces planes extractivistas, cuyo primer gran costo será una de las zonas más biodiversas de la Tierra.
Pero la magia de la lucha por el Yasuní no es que solo interpela al Gobierno, sino que desafía a la sociedad misma sobre sus expectativas presentes y futuras de producción y reproducción de su vida.
En otras palabras, es un llamado de atención a todos, a nosotros mismos sobre cómo en la vida diaria construir un nuevo modelo de economía, de desarrollo sino sobre todo de vida que se realice en armonía entre seres humanos, con la naturaleza y los animales.
Ciertamente este no solo es un tema de los ecuatorianos, de paso reactiva un debate en los Andes, en América Latina y que más tarde involucrará al planeta.
Si se consiguen las firmas por el Yasuní y el CNE no impide la realización del referendo, vendrá un rico momento de debate en el que el Gobierno tendrá que colocar sus tesis que justifiquen la explotación. Más también tendrán que ser expuestas las que defiendan este precioso pedazo de naturaleza de la Amazonía.
Sin embargo, la discusión debe ir más allá del pragmatismo o del romanticismo. Los defensores deberán dibujar el Ecuador pospetrolero: cómo y de dónde financiaremos educación, salud y demás temas.
¿Qué cambios culturales y formas de vida debemos adoptar para tener una sociedad menos consumista y depredadora? ¿Qué compromisos y sacrificios estamos dispuestos a dar para este salto? Alrededor de 250 años vivimos bajo injusto y limitante modelo primario exportador.
Nos ha tocado el privilegio de configurar las fuerzas sociales para impulsar su eliminación y reemplazo. Por eso yo firmo por el Yasuní.