El aprendizaje de las figuras literarias pasó de moda hace mucho tiempo. En parte, por lo complicado de sus definiciones; en parte, por el reflujo del estudio de las letras frente a la avalancha de las disciplinas técnicas. Me pongo a pensar si, desde la óptica de un fanático del twitterismo, tiene algún sentido detenerse a reflexionar sobre las complejidades de la lengua.
Sin embargo, no está por demás traer a colación estos elementos para tratar de entender ciertas decisiones del mundo de la política.
El oxímoron es una figura retórica que combina dos palabras de significado opuesto para originar un nuevo sentido. Los ejemplos más comunes se toman sobre todo de la poesía: silencio atronador, hielo abrasador, placeres espantosos. Pero también hay otros que no tienen nada de románticos, que pertenecen al crudo mundo de la cotidianidad política y tecnológica: guerra humanitaria, paz armada, realidad virtual. Los dos primeros, además, hacen gala de una ruin hipocresía.
Pese a contar con uno que otro poeta entre sus filas, el Gobierno parece haber renunciado a la versión más sublime y celestial de esta figura literaria. La imposición política no está para consideraciones ni delicadezas de este tipo.
Las necesidades exigen opciones más recias y pragmáticas.
No de otra forma se explica que desde el poder se haya acuñado el concepto de “renuncia obligatoria” para justificar los miles de despidos a funcionarios públicos.
Renuncia, según el Diccionario de la RAE, es la dejación voluntaria de algo que se posee o del derecho a ello. Voluntario, por su parte, es algo que no se hace por obligación ni por deber. Voluntario es el principal antónimo de obligatorio. Con la “renuncia obligatoria” estamos, sin lugar a dudas, frente a un tipo de oxímoron más terrenal y pedestre. La pregunta, entonces, debe encaminarse a descubrir qué nuevo sentido se está produciendo con este habilidoso ejercicio de la lengua.
De acuerdo con las piruetas semánticas de algunos voceros del Régimen que han salido a defender la medida, esta sería una adecuación de la compra de renuncias contemplada en la Ley de Servicio Público.
Para los perjudicados y sus defensores, no es más que una forma disimulada de despido intempestivo, con evidente dedicatoria política. En ningún caso se trata de un aporte conceptual, ni desde la poesía ni desde la doctrina jurídica.
Despedir funcionarios públicos fue, desde siempre, una medida identificada con las políticas neoliberales. Jamás de izquierda. Si algún nuevo sentido ha producido esta medida hay que buscarlo en lo que un escritor guayaquileño definió como la característica más sobresaliente del Régimen: la combinación de la derecha progresista con la izquierda reaccionaria.
Estos sí verdaderos oxímoron.