La mano sucia no ha sido exclusividad del tan mentado caso Chevron. Más bien la han tenido bastante sucias muchas más manos de las que se pensaba, no solo en las transnacionales perversas sino en la empresa estatal petrolera. Es más, los negocios petroleros parecen ser así: como la mugre en la uña, es decir, una misma cosa.
Qué les entró amor por el dinero, qué el dinero ha dañado sus almas, que eran honestísimos antes de caer en la tentación, que empresarios inescrupulosos han hecho caer a funcionarios de manos limpias y las mentes lúcidas… ¡qué ternura! ¡pobres!
Resulta difícil creer tanta ingenuidad. Más parece que esa brea negra que brota de las entrañas de la tierra lo ensucia todo. Y no de hoy, sino de siempre. Parece ser la fuente primaria de la corrupción. Alrededor de esos negocios se han posado los corruptos como las moscas en la miel.
Y eso viene de antiguo: trabajadores mal pagos, contratos incumplidos, coimas, sobreprecios, tercerización laboral, división en las comunidades, cooptación de dirigencias, estafas, creación de empresas fantasmas, incumplimiento de convenios en las comunidades, enriquecimiento ilícito de unos pocos, deudas con aquellos que son los últimos del negocio (los trabajadores y las comunidades), deudas impagables con proveedores de poca monta y bolsillos llenos de quienes tienen a su mando el timón petrolero.
Ahora, con el más reciente caso de Petroecuador se ha destapado nuevamente la caja de Pandora y algunos han volado más pronto que tarde. Han volado algunos de quienes han sido partícipes, no del festín petrolero, que describió Jaime Galarza y del que se han publicado nueve ediciones, sino del último fiestón petrolero en el que no tienen que ver las transnacionales de hace cuarenta años, pero sí algunos de los funcionarios que aprendieron muy bien esas artes y que han estado en el sector petrolero desde entonces. Es decir, algunos ya estaban durante el festín y ahora viven el fiestón, ese fiestón de a 100 dólares el barril, de contratos a dedo, de cheques girados a cuenta de las emergencias, de transferencias de dineros ajenos a cuentas personales, de papeles panameños, de obras con sobreprecios, de mansiones, lujos y viajes hechos con trampa, que ha significado, además, atentados contra el medio ambiente y contra los derechos de los pueblos indígenas.
En el fiestón las manos limpias se ensuciaron. Y no solo las manos: algunos han quedado embarrados hasta las orejas, hundidos en los lodos de la ambición y la codicia. Y quienes no han estado embarrados, seguramente han sido salpicados en esa danza de billetes con la que se ha hecho esa fiesta, sea como cómplices o como encubridores del dispendio y la ostentación.
Quienes gozaron del fiestón seguramente ahora tiemblan. Ya no tendrán mucha gana de bailar. Estarán viviendo la cruda resaca.