Aunque parezca mentira, todavía hay quienes apoyan con fervor al “socialismo” y son fieles al “gran proyecto de transformación de América Latina”. Cabe preguntar, en consecuencia, de qué socialismo están hablando y cuál es la transformación que reivindican. Cabe preguntarlo, aunque sabemos de antemano la respuesta: hablan en nombre del famoso socialismo del siglo XXI y de la transformación del infierno del subdesarrollo en un paraíso de la igualdad, la justicia y el desarrollo equilibrado.
Al escucharles no sabemos si reírnos, discutir o guardar silencio. Por mi parte, aunque estoy tentado a esto último, que es más sabio, creo oportuno hacer una pregunta: ¿por qué, desde hace un siglo, tantos millones de personas de todos los continentes hacen y han hecho lo imposible para llegar a la Meca del infierno capitalista, mientras millones de otras personas escapan y han escapado de los paraísos socialistas y han arriesgado la vida en combates desiguales contra fuerzas adiestradas en matar? Lo que recibo a cambio, sin embargo, no es ninguna explicación sino una retahíla de adjetivos, entre los cuales el de traidor es el más delicado. Conclusión: el socialismo del siglo XXI y la transformación que persigue es un objeto de fe que solo puede concitar oposiciones tan apasionadas como la que llevaban hasta el extremo de la muerte a católicos y hugonotes en el siglo XVI.
Hay, por lo tanto, un error de tiempo o de números en la denominación del famoso socialismo del siglo XXI, que no es el socialismo propiamente dicho. Y hay también un error de ubicación en el mapa epistémico: no se trata de una cuestión política sino de una fe religiosa, en el peor sentido de la palabra. Una cuestión que solo puede llevar al dogmatismo, mal disfrazado de fidelidad a los principios. Una cuestión que necesita Mesías e iglesias, con sus altas jerarquías incluidas.
Pero no hay dogmatismo inocente, y menos cuando en su nombre se han sacrificado y se siguen sacrificando millones de vidas humanas. Si algún argumento ha habido para convencerme de la falsedad del mentado socialismo, de su falsificación de los valores, de su tergiversación de las ideas, ha sido el sufrimiento. Porque ninguna filosofía ni doctrina política, ninguna religión, justifican el sacrificio de una sola vida humana; ninguna merece un minuto de sufrimiento de los niños, ninguna puede convalidar éxodos ni masacres. Y no se me diga que tales son los dolores necesarios para alcanzar la felicidad futura.
Aquello de la campaña mediática contra los gobiernos socialistas; aquello de las conspiraciones de las altas burguesías apoyadas por el imperialismo, etcétera, son apenas aparatosos esfuerzos para tapar el sol con un dedo: viejas argucias para convencer a los ya convencidos de que la noche es día. Y lo son también las excusas del respeto a la autodeterminación y a la soberanía de los estados. ¿De qué autodeterminación están hablando? ¿La autodeterminación de los difuntos?
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