Realmente es muy probable que las cosas se hubieran dado de la manera como ocurrieron mismo, con ritmo de tradición y politiquería; pero tal circunstancia no deja de ser ni un ápice de lamentable, a propósito de la Ley llamada de Comunicación, dentro de la Asamblea Nacional. Como que no hubiera acabado ya la era del inefable Fernando Cordero, sino que inclusive hasta hubiera empeorado.
Por supuesto ¡tratemos de entendernos en este auténtico galimatías! Dicho sea con pocas palabras, de lo que se trató la semana anterior es de que se perdió la más brillante oportunidad para demostrar ante todos los moradores del país que los tiempos sí que habían cambiado de verdad y que sobre todo, habían mejorado las evidencias en beneficio de la ciudadanía común.
La oportunidad inmejorable era como se comprende, que se habían renovado todas las dignidades de la Asamblea y que la robusta silueta de Cordero Cueva había sido reemplazada por tres mujeres agraciadas, a las que se había confiado el manejo de una especie de ‘Estado Mayor’ parlamentario, con las obvias consecuencias que hubiera sido de esperar desde el andarivel de la ciudadanía común.
Lo penoso, ciertamente muy penoso, es que no pasará así y que en vez de Cordero, la presencia de las señoras Rivadeneira, Alvarado y Aguiñaga como presidenta y vicepresidentas de la Cámara, solo significará una versión corregida y aumentada de la versión precedente en cuanto al monopolio de las decisiones, la negativa para realizar estudios y debates de fondo y como trasunto, un nuevo eslabón en la cadena que remarca las peores deficiencias de un esquema que solo a duras penas puede ser calificado como democrático.
Por supuesto no hay que cerrar los ojos ante la realidad. Una victoria tan amplia como la que obtuvo el ‘oficialismo’ en los comicios parlamentarios de febrero, muy eficazmente ayudado también por el método D’Hont iba a plantear desde un comienzo el riesgo de que se aplicare un ejercicio de la Autoridad que fuera monopolístico hasta el extremo.
Esto es lo que ha ocurrido hasta el momento durante las semanas iniciales del ‘tercer correísmo’. Solo así puede entenderse cómo temas complejísimos de la reflexión nacional, la internacional y hasta la tecnología han podido o pretendido evacuarse en unos pocos minutos y que el mérito principal parezca atribuirse a la prontitud y no como debe ser al acierto y la sagacidad de las normas aplicables a cada evento o coyuntura de la peripecia ecuatoriana.
Tanto más que desde el matiz específico de lo “congresil”, la ayuda de la humilde “Etimología” es una vez más indispensable, y desde este ángulo de consideración, “parlamento” deriva de “parlar”, de conversar, de dialogar y cotejar ideas entre seres humanos, lo que siempre será más positivo y orientador, que no las pretensiones del acierto absoluto y permanente, que no se descubre por lado alguno de la realidad.