El pueblo turco, con sus raíces milenarias y su gran diversidad cultural, es pacífico y tolerante. Pero ha tenido la mala suerte de soportar por siglos gobiernos sanguinarios y represivos.
Por más de 500 años, el régimen de los sultanes del Imperio Otomano (actual Turquía), llamado eufemísticamente la “sublime puerta”, ejerció su férreo dominio sobre varios pueblos, arrasando países enteros, a través de la violencia, la amenaza y la negociación. Para su protección tenían una guardia que se hizo famosa por su crueldad, los “mamelucos”, reclutados desde niños entre los vencidos. Eran feroces e imponían miedo.
Durante el siglo XIX, los sultanes reprimieron a los pueblos que se levantaron contra su dominio. Uno de ellos fue el pueblo armenio. El 24 de abril de 1915, las autoridades iniciaron las detenciones arbitrarias. Se ordenó la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de llevar medios de subsistencia. Se les obligó a marchar cientos de kilómetros en zonas desérticas. Los deportados sufrieron hambre, violencia, robos y violaciones por parte de sus propios guardias y por asaltantes.
Hubo gran cantidad de muertos, no solo por las condiciones de la deportación, sino por masacres de civiles desarmados. Cálculos de esos años estimaban un millón de muertes, pero luego se ha hablado de un millón y medio. Otros grupos étnicos también fueron diezmados, entre ellos los asirios, griegos pónticos y serbios. La barbarie solo se detuvo en 1923.
La República de Turquía, sucesora del Imperio Otomano, niega hasta hoy que ese fuera un acto genocida. Afirma que las muertes fueron resultado de luchas interétnicas, enfermedades y hambre durante la Primera Guerra Mundial. Pero los investigadores, inclusive turcos, sostienen que sí hubo un genocidio.
La tradición de gobiernos represivos y guardias feroces la mantiene el actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien se ha hecho célebre por su violencia física y verbal, “no deja de repartir invectivas a diestro y siniestro: los académicos críticos son “traidores” y “quintacolumnistas”; quienes protestan en las calles, “saqueadores” y “ateos”; los políticos de la izquierda prokurda, “cómplices de los terroristas”; los socialdemócratas “aliados de golpistas”. Desde Noam Chomsky a Vladimir Putin, Erdogan se ha enfrentado en los últimos meses con todo aquel que le criticase”, dice El País. “No importa si son grandes o chicos, un gran medio de comunicación o un niño que arranca un póster con la efigie del presidente, la maquinaria judicial se pone en marcha para perseguirlos”.
No es de extrañar que su guardia haya agredido ferozmente a mujeres que protestaban por su presencia en el Instituto de Altos Estudios Nacionales. Erdogan trajo a sus modernos “mamelucos” para hacer gala de sus dotes de estadista.
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