Hace 40 años apareció una breve joya de nuestra literatura contemporánea: ‘La Linares’. Su autor, conocido hasta entonces como poeta, era en ese tiempo uno de los más entusiastas animadores de ‘La Bufanda del Sol’, la revista que bajo el patrocinio del Frente Cultural, que agrupaba a los escritores jóvenes de aquel momento, casi todos provenientes del Tzantzismo y sus alrededores. Se llama Iván Égüez y hoy es uno de los autores consagrados del panorama literario del Ecuador; dirige la Campaña por la Lectura que lleva el nombre de Eugenio Espejo, y es puntual con la entrega mensual de un libro de bolsillo que tiene la virtud de ser distribuido como acaso no se distribuye ninguna otra publicación en un país que lee poco.
Para conmemorar el cuadragésimo aniversario de ‘La Linares’, que nació con la aureola del premio Aurelio Espinosa Pólit (que aquel año se entregaba por primera vez y estaba llamado a convertirse en el premio literario más importante del país), la Campaña por la Lectura convocó un concurso de novela breve, cuyos resultados fueron oportunamente anunciados. Un exigente jurado otorgó el premio único a ‘La familia del Dr. Lehmann’, cuya autora es Sandra Araya, joven escritora que hace poco se dio a conocer con su ópera prima.
Escrita en un idioma sumamente accesible, sin retorcimientos de forma pero muy expresivo, presenta sin embargo una narración compleja, especialmente por el manejo del tiempo, en el cual la narradora va y viene a través de sus recuerdos, en medio de un relato que se desarrolla en un clima de pesadilla e irrealidad, que contrasta con la muda presencia de unas poblaciones que lucen siempre ajenas, impenetrables, desconocidas. El Dr. Lehmann, su mujer y sus dos hijos, niño y niña, viajan constantemente en un territorio desértico, sin referencias de ninguna clase, y van pasando por esas poblaciones como fantasmas que al comienzo son bien recibidos pero luego se convierten en el objeto de una muda hostilidad amenazante. Curiosamente, su llegada a cada pueblo coincide con la desaparición de niños, y el Dr. Lehmann empieza a ser asociado a esos hechos que desembocan en asesinatos sucesivos. Amy, hija del extraño médico y testigo de los hechos, bajo cuya voz se oculta la narradora, va sintiendo que en su interior va creciendo la sospecha de que las acusaciones a su padre no carecen de un doloroso fundamento, y llega a dudar de la identidad de su hermano y de su madre, una mujer prematuramente envejecida a quien el Dr. Lehmann trata como a una niña…
Pienso que Sandra Araya encontró el tono justo para dar cuerpo a una narración cuyo simbolismo se despliega a través de múltiples posibilidades. El clima opresivo, la sospecha de que aquel que creemos más próximo puede ser un verdadero monstruo, el desvalido destino de los niños como expresión de todos los que se encuentran en el costado de los débiles, pueden ser otros tantos cabos de muchas historias reales que no son nunca recogidas quizá por ser demasiado cotidianas.