Baremboim y las discordias

Nacido en Buenos Aires en 1942, Daniel Baremboim es uno de los grandes músicos de nuestro tiempo. Educado en Salzburgo, es un pianista de extraordinaria sensibilidad y su gran calidad como director está probada por haber dirigido algunas de las mejores orquestas europeas y estadounidenses como titular o invitado. Inicialmente argentino, se ha nacionalizado español, israelí y palestino, sin perder sus anteriores nacionalidades, y es la única persona del mundo que puede ostentar simultáneamente las nacionalidades palestina e israelí.

Esta singular acumulación de nacionalidades ha hecho de Baremboim el prototipo del hombre moderno de Occidente: más allá de localismos, y ajeno a todos los nacionalismos, la suya es una conciencia abierta al entendimiento entre todos los pueblos, pero sobre todo entre aquellos que, como Israel y Palestina, han vivido desgarrados por enfrentamientos étnicos y bélicos que ya son milenarios, pues sus orígenes se encuentran ya registrados en el Antiguo Testamento.

En 1999, junto al escritor estadounidense-palestino Edward Said, buscando el entendimiento a través de la música entre dos pueblos tradicionalmente enemistados, fundó la West-East Divan Orchestra, reuniendo en ella a jóvenes músicos españoles, palestinos e israelíes, lo cual le valió, lo mismo que a Said, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

Más todavía, el 7 de julio de 2001 dirigió a la Staatskapelle de Berlín en la ejecución de Tristán e Isolda, nada menos que durante el Festival de Israel en Jerusalén. Fue, desde luego, una gran audacia, puesto que la ópera ejecutada es una de las más grandes creaciones de Wagner, erróneamente identificado con el nazismo por haber sido el músico predilecto de Hitler. Haber ejecutado esa obra en Jerusalén era un modo de expresar que Wagner no es alemán y peor nazi, sino un gran artista universal. Así lo reconocieron los gobiernos e instituciones de los pueblos israelí y palestino: en 2004, Baremboim recibió el Premio de la Fundación Wolf de las Artes, de Jerusalén, y en 2008 el Estado Palestino le otorgó la nacionalidad honoraria palestina.

Espectacular y trascendente, el caso de Baremboim no es único. Estados Unidos y la Unión Soviética fueron aliados durante la II Guerra; De Gaulle rompió una larga tradición de rencores y recelos y visitó Alemania para poner flores en la tumba del soldado desconocido; Juan Pablo II recibió en el Vaticano al Secretario General del Partido Comunista soviético; y para no ir muy lejos, el Ecuador y el Perú han superado sus viejas y dolorosas rencillas y son ahora capaces de trabajar juntos en beneficio de sus respectivas poblaciones fronterizas.

¿Cómo es posible entonces que los políticos ecuatorianos no puedan entenderse? La derecha se divide y otro tanto sucede con la izquierda. Y es seguro que en ninguno de esos casos se trata de desavenencias ideológicas o programáticas, sino de competencias entre caudillos. ¿No será que en el fondo se trata de la vieja inseguridad que impide a los ecuatorianos entendernos con nosotros mismos?

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