Todas las previsiones económicas coinciden en que vienen tiempos difíciles. El amenazante futuro, sin embargo, también conlleva oportunidades que, en lo social, tienen nombre y apellido: calidad de la inversión. Si el sustancial incremento gubernamental de presupuesto para salud se habría utilizado con tal criterio, no lamentaríamos déficits de atención, disminución de coberturas de vacunación, desfavorables índices de malnutrición infantil y mortalidad materna, entre otros.
Efectivamente, en ausencia de un plan nacional de salud, el gasto se concentró en enfermedad y hospitales lejanos a la cotidianidad familiar. No se otorgó igual importancia a unidades barriales y comunitarias de salud – de fácil y oportuno acceso – que casi no crecieron en Quito en los últimos 25 años, cuando la población lo hizo en más de 600.000 personas. Igual pasa en el resto del país. En ausencia oinsuficiencia de unidades de Atención Primaria de Salud (APS) que filtren la demanda, los hospitales se congestionan, los costos suben, las filas y citas se alargan, la medicina escasea; la gratuidad también.
El modelo curativo hospitalario es inefectivo. Un modelo basado en APS promueve la salud y monitorea de cerca a las familias; asegura coberturas universales de vacunación; previene, detecta y maneja oportunamente malnutrición infantil, embarazo en adolescentes, riesgo de muerte materna, hipertensión, diabetes o consumo de drogas, entre muchos problemas. Previniendo, pero también curando eventos cotidianos de salud, la APS se constituye en pilar indiscutible – evidencias mundiales abundan – de una red de servicios en la que centros especializados y hospitales son importantes eslabones, atendiendo cada quien lo que debe.
El modelo implementado es ineficiente. Según datos publicitados, la construcción y equipamiento de los centros de salud menos ostentosos ha representado más de 3 millones de dólares y su operación anual alrededor de 1 millón, para “beneficiar” a un promedio de 3.500 familias. Con dichos recursos se podría triplicar la cobertura, casa a casa, con funcionales unidades de APS y equipos profesionales integrados al entorno local, familiar y comunitario. Con lo malgastado en los paquidérmicos megahospitales de campaña se pudo haber mejorado la salud de decenas de miles de familias.
Se impone cambiar el modelo de atención sanitario. Dar calidad a la inversión. Destinar dinero despilfarrado en sabatinas circenses y propaganda, por ejemplo, a procesos educativos que den sentido al etiquetado nutricional en alimentos. Integrar recursos en un sistema nacional de salud, en vez de seguir dispersándolos. Generar salud en tiempos de escasez es posible; más aun, vital. Los presidenciables tienen la palabra.