Acoso en el bus

La consigna pudiera ser esta: “Dime qué buena propuesta o brillante idea tienes para oponerme y tratar de derribarla”. Más o menos así entendí la polémica que se armó recientemente en torno a la idea de que por la Metrovía de Guayaquil circulen unidades de buses articulados pintados de un color determinado y para uso exclusivo de las mujeres.

La idea pretendía poner fin a tanto acoso y morbosidad que se manifiestan durante las horas de mayor afluencia de público en el interior del sistema masivo de transporte público. Las voces opositoras a la idea acusaron esquemas de segregación, discriminación y otras tantas opiniones que no vale repetir por respeto a los lectores. Es cierto también que había desde ese sector algunos planteamientos que apuntaban a campañas de educación para alertar a la sociedad. Pero, ¿hasta que eso ocurra, qué?

Por suerte también existen opiniones sensatas, especialmente de aquellas mujeres que no guardan silencio frente al atropello y a su derecho a viajar con libertad dentro de un autobús, sin que ningún morboso las manosee o la apriete con su cuerpo sudado y maloliente. Este planteamiento coherente, que hablaba desde la realidad de mujeres que sufren a diario el acoso, parecían apenas gotas en el océano frente a la avalancha contraria a la medida.

A su idea inicial, la autoridad optó por el atajo que los opositores habían elevado a modo de plegaria y prefirió definir un esquema de distinguir con colores a los asientos para que tengan preferencia las personas con alguna discapacidad física, las de la tercera edad y todas las mujeres sin límite de edad. Por lo menos se logró que la situación no continúe tal como estaba y que se llame la atención frente a este fenómeno del acoso que no es exclusivo de nuestra tierra o de nuestra sangre.

Me llamó mucho la atención que en una sociedad tan avanzada culturalmente como la japonesa se use el esquema de vagones exclusivos para mujeres durante las horas de mayor congestión de personas en el Metro. De lo que me explicaron entendí que los roces entre hombres y mujeres era imposible de evitar entre tanta aglomeración. La medida fue aceptada sin mayores discusiones y a nadie se le ocurrió acusar a la autoridad nipona de discriminar a los hombres por no permitir que viajen en el mismo tren que las mujeres.

Ya que fueron mencionadas campañas de educación en contra del acoso en el servicio de transporte público, apropiémonos de la idea y exijamos que se convierta en realidad, que la sociedad entienda la humillación que viven las mujeres en el interior de un autobús o trole. Que se pueda denunciar al acosador y al morboso, que las mujeres tengan a quien recurrir para denunciar cuando son vejadas en los espacios públicos. Vale resaltar que la sociedad ha avanzado en materia de respeto al prójimo, pero falta demasiado.