Los demócratas venezolanos temen que ante el cáncer que padece Hugo Chávez, coincidente con la inevitable desaparición de Fidel Castro, La Habana y Caracas desempolven los planes de federación anunciados a fines del 2005.
¿Cómo llegaron a la idea de unión? Cuando desaparecida la URSS, Fidel Castro convenció al venezolano de que a La Habana y Caracas –en realidad a ellos— les correspondía continuar la lucha antiimperialista.
Volverían a las trincheras mediante procedimientos electorales. Una vez en el gobierno, desmontarían el andamiaje burgués republicano en los territorios conquistados, liquidando las libertades formales y la división de poderes que limita la autoridad del caudillo. Para esta nueva etapa histórica Chávez aportaría los petrodólares y Fidel sus conocimientos de lucha revolucionaria aprendidos durante décadas como escudero de Moscú. Pero debían forjar un Estado bicéfalo que actuara coordinadamente.
En realidad, Fidel vio los cielos abiertos cuando Chávez apareció en su camino. Era su heredero político. Deliraban en la misma frecuencia e intensidad.
Además, tras el golpe militar del 2002, Chávez concluyó que la revolución bolivariana, como la cubana, solo se salvarían construyendo un perímetro internacional protector alrededor del eje Venezuela-Cuba -la Alba— dotado de un confuso discurso: el del Socialismo del siglo XXI.
Dentro de esa lógica de supervivencia, a fines del 2005, el entonces canciller cubano Felipe Pérez Roque, el ex vicepresidente del Consejo de Estado Carlos Lage, y Hugo Chávez anunciaron la fusión de ambos Estados en una nueva entidad, y nombraron una comisión de juristas para estudiar el acoplamiento dentro de un marco jurídico e institucional común. Entonces Fidel enfermó gravemente.
Raúl, tras recibir precipitadamente las riendas del gobierno, orilló el proyecto de federar ambos países y se dedicó a reformar el aparato productivo cubano que, según su diagnóstico, estaba “al borde del abismo”. Para Raúl, Chávez significaba más de cien mil barriles diarios de petróleo y otros miles de millones de dólares en subsidios, de manera que no le disputaría la jefatura. Mantendría la alianza y continuaría prestándoles servicios políticos y de inteligencia a Venezuela y a sus satélites.
Pero ahora, irónicamente, la vida de Chávez peligra, junto a la de Fidel, y acaso el Socialismo del siglo XXI se quedará sin monarca, lo que para Cuba sería la ruina absoluta. ¿Cómo conjurar ese peligro? Retomando el proyecto de federación entre ambos países para que “los cubanos” sujeten el poder en una Venezuela sin Hugo, gobernada por un aliado fiel de La Habana (Adán Chávez, por ejemplo), mientras Raúl continúa parasitando a Caracas a la espera de que sus reformas comiencen a dar fruto y la Isla algún día logre la autosuficiencia.
O sea, otra utopía.