Columnista invitado
Retórica. Propaganda. Eso es lo que va quedando del proyecto de Alianza País. Acostumbrados durante ocho años a la beneficencia pública, hoy no saben cómo pasar del clientelismo a la política.
Agotadas las arcas estatales, pretenden suplantar la realidad por la labia. El problema es que las declaraciones oficiales son cada día menos creíbles.
Después de la crisis de junio, los voceros del Gobierno han retomado la estrategia de las encuestas. Aseguran que la alicaída aceptación ciudadana no solo se ha recuperado, sino que ha vuelto a los niveles anteriores.
Pero la gente, que no tiene un pelo de tonta, se formula la siguiente pregunta: si el apoyo popular es tan contundente como lo pregonan, ¿por qué durante dos años, y sobre todo luego de la derrota de febrero de 2014, se han negado en forma sistemática a llamar a una consulta por el Yasuní, por las enmiendas constitucionales, por la revocatoria del mandato al Presidente de la República?
Para un proyecto basado en una lógica electorera, se supone que no existiría mejor escenario que las urnas. No obstante, la palabra urnas se ha convertido en sinónimo de sacrilegio para la nomenclatura correísta.
Algo similar ocurre con la respuesta oficial a las movilizaciones populares. La muletilla para desacreditar a la dirigencia indígena y obrera, acusándola de hacerle el juego a la derecha, no la entienden ni las mismas bases del correísmo.
Que un sector social históricamente marginado demande tierra, agua y educación intercultural; que los jubilados exijan la devolución de sus fondos de pensiones; que los trabajadores pidan respeto a sus derechos laborales; que los estudiantes luchen por una educación incluyente; que las mujeres rechacen las políticas moralistas y retrógradas; que los maestros reclamen por su fondo de cesantía, son actos difícilmente manipulables desde la publicidad oficial.
Las demandas implícitas en estas protestas son demasiado sensibles como para dar cabida al rechazo o a la indiferencia de la población. Al contrario, generan una profunda solidaridad.
No obstante, el Gobierno sigue empeñado en contrarrestar los hechos con propaganda. La campaña mediática para neutralizar el paro nacional ha sido atosigante, burda, sórdida. Y sobre todo inútil. Refleja una incapacidad inmanente para la reflexión. Porque la palabrería no detendrá el creciente descontento de la gente.
En el fondo, lo que Alianza País no tolera es la autonomía de las organizaciones sociales. Imbuidos del mesianismo típico de los proyectos populistas, dan por hecho que las bases sociales necesitan conducción, liderazgos iluminados y protección paterna. Los ven como sectores políticamente inmaduros, que requieren de una dirigencia esclarecida que los oriente.
El más mínimo síntoma de independencia aparece como un aterrador fantasma.