No hay duda de que las redes sociales se han convertido en la actualidad en un medio poderoso de comunicación. Sin embargo, no todo lo que circula a través de Facebook, Twitter o Instagram es cierto. Al contrario, mucha de esta información es interesada, sesgada o falsa (fake news).
Un ejemplo revelador de lo que pueden hacer las “fake news” es lo ocurrido hace un año durante la campaña electoral para la presidencia de los Estados Unidos. El candidato republicano, Donald Trump, ganó en primer lugar la nominación de su partido y luego la Presidencia con declaraciones arrebatadas y la difusión de información falsa que circuló en redes sociales.
Uno de los aspectos más polémicos tiene que ver con el vínculo de Trump con el gobierno del presidente Vladimir Putin y WikiLeaks. Es lo que se ha llamado como la “trama rusa”. En el caso de las elecciones presidenciales norteamericanas, el apoyo de Putin a Trump no solo consistió en aportes económicos sino, como está saliendo a la luz pública a través de investigaciones realizadas por el FBI y dos comités parlamentarios, en acciones concretas de difusión información falsa y reservada de Hilary Clinton en redes sociales.
Estos controvertidos nexos del equipo de campaña de Trump con el Kremlin, de acuerdo a lo que se sabe hasta el momento, habrían sido determinantes para derrotar a la candidata demócrata en las elecciones de noviembre del 2016.
Se presume que el gobierno del presidente ruso habría intervenido también en procesos electorales de varios países europeos. Se habla incluso de injerencia en la crisis catalana. Es como como la re-edición por otros medios (redes sociales y noticias falsas) de las acciones que solía hacer Moscú en el pasado. No obstante, aparecen aquí otros socios: Julián Assange desde la embajada del Ecuador en Londres.
Es cierto que, como he mencionado en un inicio, las redes sociales están plagadas de información dudosa. Sin embargo, lo que es reprochable en Trump es que se haya prestado para una utilización interesada de las redes sociales no solo para desprestigiar a un contendiente sino principalmente para distorsionar el debate público. En lugar de facilitar la difusión positiva de las futuras acciones de gobierno, las redes sociales fueron usadas, con insultos y afirmaciones explosivas, para favorecer el sectarismo y la polarización.
De ahí que lo que ha primado no han sido propuestas sino un lenguaje político emocional plagado de bulos y falsedades. De “fake news” a posverdades. Es decir, mentiras convertidas en verdades pero reforzadas como creencias o hechos plenamente compartidos por una parte de la población. De ahí que estemos a un paso de asumir como verdad de que los mexicanos sean violadores y narcotraficantes, de que no existe calentamiento global, etc.
Como decía un reciente editorial de diario El País: contra la mentira no basta con decir la verdad. Es necesario defenderla.