Es un carnaval patético. Los panas de ayer, se arrojan estiércol a baldazos frente a un público diverso y estupefacto. Los cercanos a la jorga culpan a los demás de los males propios. Los más “vivos” se hacen los tontos. Pero los realmente bobos, se auto convencen de la eterna conspiración, aunque en la intimidad, reconocen que la basura es cierta. Mientras tanto, los otros, se llenan de asco e indignación.
Los vientos de Odebrecht arrasan cabezas de altos políticos en toda América Latina. Su coletazo, en estas tierras, es represado. Pero por poco tiempo. Ya viene… es inevitable. Su proceso no depende de fuerzas internas. Los nombres de los sobornados se conocerán, más temprano que tarde. Si antes del 19 de febrero no salen a luz, para no afectar la probable elección de algunos de ellos, conocerlos después de esa fecha, si son elegidos, será peor, pues la reacción será terrible. Se verá como un engaño monumental. La ira social será incontenible.
El escenario venidero es muy grave. Crisis moral
más terremoto económico devendrá en explosión social. Si los actuales capitanes del barco, por obra de cualquier artilugio, lo siguen dirigiendo, por su deteriorada credibilidad y visión, no convocarán a nadie, para que les ayude a evitar el desastre.
Pero, semejante crisis, más dramática y penetrante que la de fines de los años 90, puede ser controlada y canalizada. Sí, hay cómo hacerlo. La memoria de aquel tsunami construyó conocimiento, sabiduría y voluntad colectiva para no dejarse caer. La experiencia construye resiliencia, que significa capacidad para salir adelante en las peores situaciones. Y la manera es buscar juntos una salida viable.
Lo primero será cambiar de manos el timón del barco. Los viejos capitanes, con su sola presencia, por la desconfianza que generan, precipitan la crisis. Hay que colocar en su lugar, a través del voto, a un liderazgo que esté a la altura del desafío, con los suficientes arrestos, serenidad y credibilidad para propiciar tranquilidad, restituir lazos de confianza e inyectar esperanza para frenar la hecatombe. Ir a la batalla con suspicacia, deprimidos y divididos, es irresponsable. Por esto, los capitanes actuales que desean continuar en la conducción, si tienen amor por el país y por responsabilidad histórica, deberían dar un paso al costado.
El nuevo liderazgo tiene que convocar a un gran acuerdo nacional que restituya la ética, que canalice la crisis económica sin dañar a los pobres, y reconstruya la institucionalidad democrática. Como nunca antes, no hay espacio para el mesianismo. El liderazgo de este rato de la Historia, en el Ejecutivo y en la Asamblea, demanda firmeza frente al desastre moral y capacidad de concertación. La gente a través del voto, encontrará a los conductores adecuados. Lo contrario, es suicidio.