Si nos atenemos a lo que ocurre en el mundo, es preciso preguntarse si existe racionalidad política, si los ciudadanos votan bajo el influjo de ideas, o si prevalecen en sus decisiones los sentimientos más primarios; si los gobernantes actúan explotando esos sentimientos populares, o si lo hacen bajo lógicas en las que prevalece la responsabilidad.
¿Los nacionalismos son fruto de la reflexión o resultado de peligrosas pasiones?La probabilidad de que Donald Trump sea presidente de los Estados Unidos, afianza la sospecha de que en la política prevalece el argumento de las pasiones, y que lo más remoto en las democracias de masas es el análisis racional. El discurso político arrasa con las ideas, suplanta la prudencia y asegura el triunfo del clásico “candidato”, cuyas ofertas se confunden con la felicidad. La propaganda afirma toda suerte de disparates y convierte a lo ilusorio en posibilidad concreta, en futuro.
El populismo latinoamericano, en la versión adornada con el socialismo del siglo XXI, es ejemplo de la ausencia de racionalidad política y de sentido común económico. Su “ideología” es una estrategia de venta de ilusiones, y es testimonio del olvido de las experiencias y de la explotación de las pasiones, o de lo que los ideólogos del totalitarismo llamaron “el espíritu del pueblo”. El coronel Chávez triunfó con ese estilo, a vista y paciencia de sus electores, y con su aplauso, aplicó las recetas del comunismo, pese a su estrepitoso fracaso. Maduro continuó la línea. El coronel y su discípulo agregaron, además, buena dosis de magia política.
Los Castro provocaron el descalabro de la economía y de la sociedad cubanas. Miles de cubanos huyen del desastre, llegan por avión, por los ríos y por las selvas, y, desolados, confiesan que “prefieren morir en Turbo que regresar a Cuba”. Todos quieren llegar a los Estados Unidos.
Sin embargo, Fidel es un ícono, objeto de idolatría, ejemplo de revolución en libertad, testimonio de democracia. ¿Dónde está el margen de racionalidad que impone el análisis de los hechos?, ¿o debe negarse la realidad para no admitir el fracaso del modelo socialista?, ¿o deben encontrarse las responsabilidades en terceros?
El peronismo argentino es manifestación histórica de la ausencia de racionalidad política, y de necedad y persistencia en negar los hechos. Pese a las evidencias y a la desvergüenza demostrada por el régimen K, y pese al estrepitoso fracaso de la economía, Cristina Fernández de Kirchner y sus amigos son personajes populares, con importante capacidad de convocatoria. No bastó la liquidación institucional, ni la corrupción, ni los hallazgos de dinero sucio en maletas y cajas de seguridad, para minar la popularidad de esos personajes.
¿Hay racionalidad política? ¿Hay sentido común democrático?
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