¿Existe un proyecto nacional?

Muchas veces me he preguntado si el proyecto político del dictador de Carondelet es nacional o personal. Un proyecto nacional debe ser incluyente, abierto, basado en el respeto y los consensos, construido con el conocimiento y la participación de todos los sectores de la sociedad: un proyecto, como decía Ortega y Gasset, de vida en común. Un proyecto personal es el resultado de la ambición desmedida, la visión providencial de sí mismo, la pretensión de intangibilidad y el convencimiento de que carece de controles y límites. Es parcial y excluyente. Está basado en la intolerancia. Es descalificador y maniqueo, egoísta y utilitario, demagógico y manipulador y, en última instancia, mesiánico y autoritario.

Nos habla de cambio y, sin embargo, no he logrado explicarme cómo se puede construir un futuro diferente con los mismos elementos pútridos y contaminantes de la política tradicional: la irresponsabilidad y la mentira, el clientelismo que convierte el anhelo de justicia en humillante dádiva, los acuerdos de trastienda, la compra de adhesiones incondicionales con prebendas y canonjías, la deslealtad, la corrupción desenfrenada y sin fiscalización, el menosprecio a las instituciones y a la división de poderes, la transgresión del sistema jurídico, la violencia para amedrentar y la intransigente descalificación del adversario que disiente y discrepa. Una acción política sin raíces éticas, que privilegia la confrontación, el resentimiento y la venganza obsesiva y artera.

El doble discurso del dictador de Carondelet no despeja mis dudas: la panacea de una reforma profunda comenzó con el atropello y el sometimiento de las instituciones, el repudio a la ‘partidocracia corrupta’ culmina en la utilización de sus desinteresados y patrióticos servicios, la condena a la vieja política concluye en la servil repetición de sus vicios, la crítica insidiosa a los medios de comunicación termina en el abuso de sus espacios para difundir la propaganda gobiernista, la proclama del respeto a la Constitución y las leyes se transforma en su desconocimiento y violación, la intervención en la administración de justicia se reduce a su control, uso y manipulación…

El socialismo del siglo XXI tampoco me dice nada. ¿Qué significa? ¿Cuáles son sus fundamentos? ¿Es suficiente la utilización simbólica de vidas paradigmáticas de personajes que no fueron socialistas -Bolívar, Alfaro- para darle contenido y coherencia? ¿Es acaso posible conciliar caprichosamente doctrinas antitéticas y contradictorias? En realidad, ¿las grotescas bufonadas de un dictador extranjero, al autoritarismo infalible del correísmo y la adhesión a regímenes totalitarios son una expresión de sus características? En última instancia, como teoría y como práctica, me sigue pareciendo un pastiche indefinido y burdo.

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