La alteración exagerada e intencional de la realidad, que tiene como fin conseguir una mayor expresividad -es decir la hipérbole- es otro de los métodos demagógicos que emplea la Revolución Ciudadana para difundir su verdad oficial y tratar de convencer a un pueblo caracterizado por la buena fe.
Si bien la hipérbole es un recurso retórico, su uso permanente puede inducir al error pues camina riesgosamente en el filo de la navaja que divide la verdad de la mentira.
“La nuestra es la mejor Constitución del mundo… durará 300 años”. Esta afirmación, ciertamente hiperbólica, pretendía subrayar los méritos de la Carta de Montecristi, sobre todo en el tema doctrinario de los derechos humanos. Sin embargo, al cabo de pocos días de vigencia ya fue interpretada y violada al antojo del Poder, y seis años después se busca el cambio radical de la estructura democrática que el pueblo aprobó en manifestación directa de su voluntad soberana. El Poder reconoce hoy, con años de retraso, lo que la ciudadanía criticó desde un principio y responsabiliza de tales errores a quien ayer tributó los mayores elogios por haber dirigido la Asamblea Constituyente.
La Revolución Ciudadana no tiene otra manera de argumentar que hablar hiperbólicamente sobre los que considera méritos propios. No hace mucho decía, con retórica de palabras y gestos, que el de Quito sería el mejor aeropuerto de América Latina si no del mundo, y al día siguiente se empezaron los trabajos de ampliación; o que el puente que une a Guayaquil con la Isla Santay es el más largo del mundo en madera y, en el Ecuador, el primero levadizo para permitir el paso de barcos.
Propuso al mundo un desafío para mantener el petróleo del Yasuní bajo tierra, iniciativa presentada como visionaria y científica, pero poco después, ante la tibia acogida internacional, mandó a los países que la apoyaron -no en adecuada proporción- a “meterse sus centavitos por la oreja” y les anunció que el Yasuní será explotado técnicamente porque “no somos ecologistas infantiles”.
En política exterior, reconociendo una de las libertades y derechos del ser humano, el Gobierno abrió las fronteras a todo ciudadano universal. Luego se percató de que, bajo tan ingenua y académica visión, ingresaban al Ecuador, junto a buenos ciudadanos, elementos peligrosos, afines inclusive al terrorismo o a la delincuencia internacional. Algunos países transmitieron su inconformidad con esa política y el Gobierno decidió cambiar su práctica.
Usando el lenguaje propio de los cenáculos de Alianza Pays, toda opinión que no coincide con la del Gobierno da lugar a hiperbólicas exclamaciónes: “¡cuanta hipocrecía, cuanta mala fé, cuanta traición!”.
La hipérbole puede ser eficaz en la retórica política inmediatista, pero el pueblo no se deja engañar por mucho tiempo…
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