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Poco a poco he ido perdiendo rigidez y, casi sin darme cuenta, he ido adquiriendo mayor cintura. Me encanta sonreír y ver de forma socarrona el lado solemne de la vida. La misma vida (privilegio de la edad) me ha ido descubriendo que entre lo sublime y lo ridículo hay un paso. Así que, en esta oportunidad, quiero escribir sobre el humor como un estilo de vida, pues siento que la alegría es el camino, a pesar de la dureza de nuestra vida política y del peso de una cultura que ha hecho del dinero y del bienestar material algo patológico. Hay que aprender a relativizar…
De hecho, pocos despiertan tanta simpatía como quienes saben dibujar su propia caricatura con la pluma, con la palabra o con el gesto. Lo cual no es una ciencia o un oficio, sino un don inestimable que no todo el mundo posee.
Cuentan del mariscal Mac-Mahon, presidente de la República francesa y un tipo divertido, que un día trataba de convencer a su auditorio sobre los estragos de la fiebre tifoidea, y dio una explicación convincente: “la fiebre tifoidea es algo terrible: o te mata o te deja idiota. Lo sé bien porque la tuve”.
Cada día me toca poner mi propio límite al lado de los límites ajenos. ¿Seré feliz el día en que hayan desaparecido todos los defectos? Lo dudo, pues el límite (vulnerables somos hasta los bordes) nos acompañará siempre. No es que este sea mi propósito… Solo es el humilde reconocimiento de la condición humana.
He aprendido a mirarme a mí mismo de forma tranquila y benévola, dispuesto a no absolutizar nada más que lo absoluto. La mirada estrecha y superficial acaba absolutizándolo todo, por eso tensa a la persona y la hace incapaz de sonreír y de sorprenderse. Lo cual sugiere que el humor debe mantener una distancia prudencial de las posiciones extremas.
Esa prudencia es ola que nos permite ir por la vida sin exaltaciones ni depresiones, sin paranoias ni complejos de inferioridad, manteniendo la grandeza del alma, pero sin obsesiones de grandeza. Ahora, que está tan de moda el culto al cuerpo, convendría cuidar los equilibrios emocionales.
Vivimos inmersos en un mundo lleno de tensiones, recelos y temores. Sería un suicidio ignorarlos, pero la actitud más humana nunca será el enfrentamiento o la huida. Entiendo yo que lo más humano es el humor, esa capacidad de reírnos de nosotros mismos, de subrayar el lado jocoso y amable de la vida. Humor, alegría y amor van siempre de la mano. Por eso, el humor es tan terapéutico, tan capaz de ubicarnos en el lado positivo y luminoso de la vida.
No se trata de evadirse de la realidad por adversa que sea. Al contrario, cuanto más compromiso haya a la hora de enfrentar la vida, más debemos de cuidar el humor y la paz. Eviten las arrugas en la frente, para que aparezca por fuera la serenidad de dentro.