El célebre Gratian decía que “quien define… se define” puntualizando que mucho de nosotros se determina no en función de lo que decimos de alguien sino que más bien refleja más de nuestro carácter y personalidad. Esta introducción viene a cuento analizando la retórica de varios presidentes latinoamericanos donde las calificaciones y descalificaciones muestran tanto de quien lo dice que acaban por desnudarlo en sus miserias, resentimientos y odios abiertos o soterrados. La manera de ver el mundo y sus miedos interiores son claramente demostrativos de una personalidad que por lo general esgrime la retórica como un arma política al servicio del poder y que paradójicamente acaba por desnudarlo en sus flaquezas y miedos .
La definición del mundo de un Mandatario se podría parecer a la lectura de un evangelio donde las afirmaciones de culpa de los demás acaba por legitimarlo ante una sociedad mayoritariamente simplista y primitiva que muchas veces lo único que desea es vivir algo mejor donde el Estado haga un poco que debe y que no moleste tanto donde no debe. La auto afirmación profética tiene en ese campo la necesidad imperiosa de ser amado por una población a la que se la describe como carente de una conducción como la suya. Las imprecaciones sirven para definir reales o imaginarios enemigos a los que habría que enfrentar con una serie de acciones gubernamentales de dudosa capacidad o eficacia. Nada de eso importará en el presente mientras el “evangelista” siga anunciado las buenas nuevas y enfrentando desde la retórica a los “enemigos de la sociedad” contra los cuales legitima su acción de gobernante todos los días.
La exégesis del mundo se refleja así de manera simplista y fácilmente desnudable ante unos hechos como la pobreza, la inseguridad, la incertidumbre que campean en planos paralelos a la cháchara presidencialista carente de realidad .
La construcción de un imaginario falso es en el fondo el objetivo de ese nuevo evangelio que ha encontrado varios adherentes en una América Latina vaciada de oportunidades y carente de una visión realista que le permita usar sus múltiples recursos humanos y naturales para construir espacios de dignidad y desarrollo. La política de las definiciones y las acusaciones resultan en este campo de gran valor para el imprecador de ocasión pero termina siendo una pérdida de oportunidades notables para una región anhelante de ellas. La economía de la gente es la que mide la realidad entre lo que se dice y lo que es.
Requerimos conductores reconciliados y realizados en el otro y no permanentes adversarios del otro.
Hay que encontrar los liderazgos ciertos en tiempos que reclaman capacidad y honestidad de propósitos no culebreros ni chamanes y menos aún profetas del egoísmo y del odio.