Después de los atentados de París, hablar de una Europa samaritana, capaz de acoger al extraño, se vuelve difícil. Lejos estaba yo de pensar, cuando escribí la semana pasada sobre los fundamentalismos, que su zarpazo estuviera tan próximo.
Y, sin embargo, después de las lágrimas, toca pensar el porqué y reafirmar los valores de nuestra civilización: entre ellos, promover la acogida con decisión. Porque este es el gran riesgo, meter a todos en el mismo saco y rechazar todo lo que huela a islam.
Europa se juega su credibilidad como una comunidad de comunidades capaz de seguir afirmando, a pesar de tanto dolor, los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad. No hay que olvidar que los refugiados sirios e iraquíes, muchos de ellos cristianos, huyen del mismo horror que en estos días ha salpicado y oscurecido (nunca apagado) la ciudad de la luz.
La llegada a varios países de la UE de miles de damnificados que huyen de la guerra, unido a los migrantes que, en general, buscan mejores condiciones de vida, ha puesto a prueba valores y capacidades y nos obliga a pensar algunas cosas:
Primero, el poderoso efecto mediático.
A los ya tradicionales escenarios de las costas del Mediterráneo (acuérdense de Lampedusa) se han añadido otras imágenes impactantes de un auténtico éxodo por las autopistas y las vías férreas de Hungría y de Austria.
Segundo, la disminución de la distancia emocional. Muchos países europeos no parecían sentirse interpelados por los migrantes y refugiados. Hoy, de alguna manera, todo el mundo se siente tocado, unos con miedo, otros con empatía.
Tercero, los intereses en juego. Si, por un lado, la solidaridad prima en la letra de los tratados europeos; por otro, son muchos los que rechazan su obligatoriedad. Y es que, una vez más, manda la economía sobre la persona. Mi tía Tálida solía decir que “una cosa es predicar y otra dar trigo”.
A la luz de los atentados de París tendríamos que preguntarnos el porqué… Lo sucedido puede parecernos lejano, pero lo cierto es que nos salpica a todos, necesitados como estamos de comprender las causas de semejante fanatismo.
Pienso en las asignaturas pendientes del colonialismo europeo, en las responsabilidades de los poderosos de este mundo, en la no integración de la segunda y tercera generación de inmigrantes árabes, en el divorcio entre modernidad e islamismo…
Tantas cosas posibles.
Después de lo ocurrido también tendríamos que preguntarnos hacia dónde va Europa… ¿Será una embarcación cuyo patrón está obsesionado por achicar el agua y tapar agujeros o, más bien, prestará atención a los elementos que agitan la mar?
Ahí está el problema, que no se resuelve levantando alambradas o muros más altos o deportando a más gente, sino promoviendo el desarrollo integral, justo y solidario, de todos los pueblos del mundo. Por el momento, toca acoger a las víctimas (no a los victimarios) con generosidad y con dignidad.