París, 1978. Las manifestaciones en contra del gobierno del Sha de Irán eran multitudinarias. La izquierda francesa logró concentrar en las calles de la ciudad a las izquierdas de todos los confines del planeta: refugiados, exiliados, perseguidos y estudiantes nos dábamos cita a cada llamada.
Muy en el fondo, creo que todos sospechábamos del sesgo fuertemente reaccionario del proyecto de los ayatolás. Bastaba observar la severa y autoritaria mirada de Komeini, o la impermeable masculinidad del proceso, para darse cuenta de la encrucijada ideológica en que nos colocaba la defensa de la soberanía del pueblo iraní. Pero fue suficiente con añadir una pequeña dosis de antiimperialismo norteamericano a la reivindicación de la dignidad de un pueblo salvajemente oprimido para conseguir un apoyo tan amplio y militante.
Desde su refugio en las afueras de París, Komeini destrozaba, a punta de advocaciones religiosas, un régimen que en su momento fue concebido e impuesto como la punta de lanza para la ‘occidentalización’ del Islam.
Eran los tiempos en que ni siquiera un gobierno de derecha se atrevía a contradecir la tradición francesa de acoger a los perseguidos políticos o culturales de cualquier parte, condición o filiación.
Hoy, 30 años después, otro gobierno de derecha se halla empeñado en aprobar una ley que prohíbe el uso de la burqa (el velo integral) en lugares públicos. La intención es aplicar sanciones que incluso lleguen a la prisión de los transgresores. Para quienes promueven la ley, el adminículo debe ser eliminado porque no es más que un instrumento de encarcelamiento y esclavitud de las mujeres musulmanas; para sus críticos, se trata simplemente de una estrategia de Sarkozy para asegurarse la adhesión de la derecha más recalcitrante y xenófoba de cara a las próximas elecciones. Sin contrapesos efectivos desde la izquierda, el camino parece allanado para un segundo período del actual Presidente.
El panorama se enrarece luego de que en Bélgica, la Cámara de Diputados aprobó en días pasados una ley similar, que ha hecho sonar las alarmas sobre la posibilidad real de que la conflictividad cultural en ese país tienda a desbordarse. Amnistía Internacional se apresuró a condenar la medida, porque constituye un peligroso precedente en contra de la libertad de expresión y de religión.
Pero el desafío de los sectores más conservadores de Europa está lanzado, y se enmarca dentro de la estrategia geopolítica general de confrontación con el mundo islámico. Hoy que la crisis económica arrecia nuevamente, y que parece no dar tregua, no tienen empacho en orientar la mirada pública hacia un supuesto enemigo religioso, coincidencialmente embozado.