Estudien otra cosa
Que más de la mitad de los colegiales a punto de egresar no sepa qué carrera seguir me parece comprensible. Mitad en broma, mitad en serio, suelo decir que a mis 60 y pico todavía no sé bien qué quiero ser en la vida. ¡Cómo diablos va a saberlo un muchacho de 17 años que ha tenido una precaria orientación vocacional en el aula y una obstinada desorientación en la casa y en las pantallas de televisión, donde le inoculan expectativas desmesuradas de consumo y mira cómo los líderes políticos obtienen sus títulos de manera oscura y apresurada!
A ese desconcierto inicial se añade luego la temible realidad del desempleo. Solo en mi área, que es reducida, no pasa una semana sin que alguien me pregunte si sé de algún trabajo en diseño, o en fotografía, o en periodismo cultural. Si antes ya era difícil encontrar camello para quienes no estaban conectados con el millonario aparato del Gobierno revolucionario, desde que se les vino abajo la estantería entre escándalos de corrupción el panorama se ha puesto realmente cara de pescado. De pescado dañado.
Hay, por supuesto, otros factores en juego y hay quienes tenían una vocación sólida y han triunfado en su carrera. Aquí me enfoco en los que eligieron un camino porque parecía fácil, bonito y rentable. Hace 20 años escribí en el diario Hoy una columna titulada ‘Muchachos, no estudien comunicación’. Bajo el efecto embriagador de la televisión demasiados jóvenes soñaban entonces, no con romperse el lomo en una sala de redacción, sino con ser o parecer Carlos Vera o Milagros León.
Alimentando esos sueños y/o beneficiándose de ellos, proliferaban escuelas de Comunicación que lanzaban al minúsculo mercado de trabajo oleadas de muchachos, para colmo mal preparados, que debían competir con quienes venían graduados en el extranjero y tenían las conexiones apropiadas. ¿Resultado? Cuando llegó la crisis del 99, muchos graduados en Comunicación emigraron a España a cuidar ancianos.
Poco después Argentina se volvió barata en comparación con las universidades privadas de acá y numerosos chicos marcharon a estudiar cine o gastronomía, que era la onda del momento. Al volver con sus gorros de chef parecía que habían escogido bien pues, a partir del 2007, los restaurantes quiteños vivieron su Belle Époque con una burocracia dorada que disfrutaba de opíparos y musicales banquetes. Pero eso también terminó. Y hacer cine siempre ha sido un vía crucis que empieza por obtener financiamiento y remata en las salas vacías.
Sobre la moda del diseño gráfico y la fotografía se pudo haber preguntado lo mismo: ¿dónde iban a trabajar tantos fotógrafos y diseñadores de libros, revistas y publicidad? Si ello ya pintaba así en los años 90, peor ahora que los smartphones volvieron fotógrafo a todo el mundo y las publicaciones caen en picada.
De modo que me permito aconsejarles, chicos: no sigan ninguna de las carreras mencionadas; por favor estudien otra cosa.
pcuvi@elcomercio.org