Columnista invitado
La estrategia en la política nacional es el marco general que orienta la conducción del Estado y guía las decisiones de los sectores gubernamentales en coherencia con los objetivos determinados en la visión de futuro del país, en función de las necesidades, aspiraciones y demandas sociales de la población a quien sirve el Estado.
Era de suponerse que los planteamientos recomendados por 20 brillantes economistas nacionales, sin otra identificación que la preocupación cívica, estén contemplados en el Plan Nacional de Desarrollo 2017-2021, específicamente en alguno de los tres ejes planteados: derechos, economía al servicio de la sociedad y más sociedad más Estado. Ejes líricos que no responden a las urgencias nacionales como lo han recomendado en el conclave de economistas.
Se ha sugerido cambio en las políticas económicas, reactivación del crecimiento económico, reducción del gasto público, regulación del exceso de tributos y aranceles, enfatizando que “el país requiere de esa buena economía que exige voluntad, coraje y determinación para construirla” (El COMERCIO, 8 Enero 2018).
La política sin estrategia no solamente que es un albur para el Estado, sino que da lugar a que los ministerios tomen iniciativas dispersas e incoherentes, que no pasan de ser estratagemas, que por la maquinación, enredo y engaño artificioso buscan sorprender astutamente a los destinatarios, provocando incertidumbre, riesgo y compromisos al gobierno, más grandes que el propio problema que pretendían solucionar.
La naturalización y tentativa de designación diplomática al ahora ecuatoriano Assange, mina la credibilidad y seriedad de una diplomacia históricamente profesional y prestigiosa como ha sido la ecuatoriana.
Es inhumano e ilegal declarar que los USD 300 millones tomados por el ministerio de Finanzas de la cuenta de la reconstrucción de la provincia destrozada de Manabí, para cerrar las cuentas del erario nacional 2017.
Revelar las infames debilidades en la capacidad operativa que poseen las FF.AA., luego del inigualable destrozo y desarticulación, ocasionado en la última década, sin sopesar las consecuencias ni determinar un plan cierto de recuperación, es declarar su inutilidad, provocar desmoralización y certificar la indefensión nacional.
La única forma de evitar frustraciones, vergüenzas, disminución de la credibilidad que en conjunto se orientan a debilitar el poder político, en lugar de reforzar el liderazgo estratégico para la conducción del Estado, es el establecimiento de una estrategia nacional que ayude a prevenir conflictos, verificar los resultados progresivos y conjugar la libertad de acción con la guía y orientación política del Estado.
No es posible andar y vivir al filo de la navaja con las improvisaciones y astucias particulares en un Estado que busca ser gobierno de todos.