¿Estalla la paz?

Según los primeros sondeos, la popularidad de Juan Manuel Santos subió tras anunciarse las conversaciones de paz con las narcoguerrillas de las FARC.

Es natural. Los colombianos, tras 47 años de horrores, desean finalizar el conflicto, pero desconfían de Timochenko.

¿Fracasará esta iniciativa como sucedió durante la presidencia de Andrés Pastrana? Hay diferencias y similitudes. La mayor diferencia es que no habrá zona de despeje ni frenarán las operaciones militares. Las narcoguerrillas, mientras negocian, continuarán asesinando, secuestrando y traficando drogas, y las Fuerzas Armadas seguirán combatiéndolas a sangre y fuego. ¡Aquí no se rinde nadie, merde!

Las similitudes permanecen intactas: Colombia es una nación exquisitamente legalista y tiene que actuar dentro de los márgenes de la ley. El Parlamento no puede concederles impunidad a quienes cometen crímenes de lesa humanidad, como las FARC. Uno de esos crímenes –imprescriptible y sujeto a la persecución internacional- es la exportación clandestina de cocaína, sustento económico del grupo. Por su jefe Timochenko –acusado de envío y distribución de droga– la justicia estadounidense ofrece USD 5 millones por informaciones que conduzcan a su captura. Difícilmente, llegado el caso, Bogotá no lo deporte a EE.UU. Otro elemento clave es que este grupo narcoguerrillero es el brazo armado del Partido Comunista colombiano. Aunque sus cabecillas pidan reformas agrarias o aumento del salario mínimo de los campesinos, son cortinas de humo para ocultar sus verdaderas creencias: las bondades del colectivismo, del partido único y del férreo control de la sociedad, como todavía ocurre en Cuba y Corea del Norte. Dada esta circunstancia: ¿qué busca Timochenko negociando? Hay, al menos, 4 posibilidades:

Primera, las FARC están tan debilitadas que, ante una derrota definitiva, procuran algún pacto para salvar la cara.

Segunda, no están derrotadas, pero saben que no ganarán y prefieren liquidar ordenadamente el esfuerzo bélico, como sucedió en Guatemala y El Salvador, antes que esperar el bombazo definitivo.

Tercera, ni siquiera Timochenko tiene ya claro el destino del comunismo, visto el fracaso cubano y de Chávez, quien pende de un hilo. Evidentemente, el socialismo del siglo XXI no tiene destino.

Cuarta, es una estrategia para dividir a los demócratas, especialmente a los partidarios de Santos y de Uribe, para entronizar a un mamerto en los próximos comicios (un izquierdista radical, acaso de maneras suaves). Una vez alcanzado el poder, este le abriría a la narcoguerrilla el camino de la casa de gobierno.

¿Llegará a buen puerto la negociación entre Santos y Timochenko? Es casi imposible ser optimista. Los españoles repiten un dictum muy elocuente: “el que vive desconfiado es señal de que lo han jodido”. Es lo que les sucede a los colombianos.

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