Entre los muchos dichos que oímos con frecuencia, hay uno que dice que “la esperanza nunca muere”. Eso lamentablemente no es cierto. La esperanza sí puede morir. Su muerte genera una terrible condición psicológica llamada “desesperanza”, que es calificada incluso con el adjetivo de “aprendida”, porque en muchos casos resulta de experiencias intensamente dolorosas y tristes que, al final, han logrado matar la esperanza.
Al iniciar un nuevo año, cabe preguntarnos si es lógico enfrentarlo con esperanza, o más bien con desesperanza. El panorama, tanto de nuestra propia sociedad como de muchas otras sociedades de América Latina y del mundo, es ciertamente alarmante. Saqueos en Argentina, serios problemas en el sistema educativo de Chile, crecimiento de la indigencia en México, un desenfrenado e irresponsable populismo político en varios de nuestros países, confrontación y violencia por todos lados, son motivos, entre muchos otros, de honda preocupación.
Pero la esperanza no es la expresión de un diagnóstico, que determina lo que está sucediendo y responde a la pregunta ¿dónde estamos? La esperanza o desesperanza se refieren más bien al futuro: responden a la pregunta ¿hacia dónde vamos? Por duras que sean las actuales circunstancias ¿vamos hacia algo peor o hacia algo mejor? Mi respuesta a esta pregunta es absolutamente clara. Creo que vamos hacia algo mejor. Y ante la posible objeción de que mi esperanza no es más que una ilusión, distingo entre ilusión y esperanza: creo que la ilusión es la expectativa sin fundamento -en el fondo, el mero deseo- de que vendrán tiempos mejores, mientras que la esperanza es la expectativa fundamentada de que vendrán. Dicho esto, aclaro en qué fundamento mi esperanza.
Creo que veremos tiempos mejores, primero, gracias a muchos de mis estudiantes, jóvenes mujeres y hombres a quienes, durante medio siglo, he visto apersonarse de los problemas de muestra sociedad y asumir el desafío de pensar, de cuestionar viejos paradigmas, de buscar respuestas, de perseverar en la búsqueda de cambios constructivos. Forman una masa crítica que seguirá creciendo en su capacidad para hacer el bien. Y segundo, creo que veremos tiempos mejores porque en las últimas décadas hemos adquirido, como humanidad, una infinitamente mayor comprensión de cómo operan nuestras mentes, cómo podemos razonar con nuestras emociones y cómo podemos volvernos, por propio esfuerzo, mejores personas. Estos fascinantes nuevos conocimientos facilitarán el continuado crecimiento de ellos y ellas, y nos facilitarán a todos aquella imprescindible búsqueda de cambios constructivos.
Son sólidos mis fundamentos: gente maravillosa que creció y seguirá creciendo, e ideas extraordinarias que podrán estimular sin límite su continuado crecimiento.