Si bien sus orígenes se remontan a una región de España, a comienzos del siglo XX la camorra italiana, especialmente la de Nápoles, se encargó de sembrar el terror en toda Italia, incluso con ramificaciones en Estados Unidos con Al Capone a la cabeza. Los métodos fueron siempre los mismos: el ataque por sorpresa, la venganza y el asesinato por encargo.
Más o menos en estos términos fue el crimen de Manta, al estilo de la camorra o como se dice en la actualidad, por encargo, es decir, por medio de sicarios. Lo curioso de esto es que el crimen estuvo precedido por un atentado con material explosivo que destruyó por completo una vivienda.
Tras el atentado, el dueño de casa no tuvo ninguna protección, los camorristas criollos actuaron con la más absoluta tranquilidad, dispararon todo el proyectil que salió de sus armas automáticas y huyeron de lo más campantes.
Hace pocos días en Quito, en lo que se suponía sería un apacible sábado por la mañana, a muy pocos metros donde muchos quiteños y atletas practican deportes y se sacuden el estrés acumulado durante la semana, dos camorristas o sicarios descerrajaron 23 tiros sobre el cuerpo de una pareja de jóvenes refugiados.
Quienes corrían por el parque no pudieron evitar ver la escena más parecida a una película de Hollywood que a una jornada de descanso en la otrora apacible capital de todos los ecuatorianos. En los dos casos los crímenes se cometieron desde motocicletas, las víctimas nunca tuvieron tiempo para reaccionar.
Por suerte los que somos escépticos de la política habíamos advertido que este estado de violencia no se resolvería con una elección, ni con efusivos discursos, se soluciona con inteligencia, con decisión para operar. El poder político está mucho más preocupado de remontar sus índices de aceptación popular, que de poner freno a este estado camorrista.
Está mucho más ocupado en cuestionar a la prensa cada vez que tiene al frente un micrófono. Pero la sociedad tiene miedo de los sicarios, de los ladrones, quiere proteger sus bienes que tanto les cuesta adquirir. Sería maravilloso bajo esa lógica que la prensa no informe, pero que no se escriba no quiere decir que la violencia criminal no exista.
La prensa está obligada a informar. Es obvio que las malas noticias perturban, pero no informar no significa que no ocurran crímenes, asaltos y robos. Un mensaje a las autoridades: preocúpense de lo que está ocurriendo en Manta, en Machala, Guayaquil, Quito o Ambato. Ustedes transitan bien protegidos y escoltados por vehículos policiales, ¿y el resto de la sociedad?
La Constitución proclama la igualdad de derechos para toda la sociedad, sin discriminación. Ustedes están seguros, pero la mayoría de la población siente miedo. Por favor, ¿qué esperan?