Hasta ahora, la naturaleza ha sido señalada como la única responsable de las fuertes inundaciones en Esmeraldas. Nadie más.
Pareciera que esa provincia y su capital no hubiesen tenido autoridades para controlar, ordenar el territorio y prohibir los asentamientos de los habitantes en zonas vulnerables al embate de los ríos y el mar. Tampoco, para impulsar y construir un buen sistema de drenaje.
Seguramente, se argumentaráque Esmeraldas está condenada a inundarse, porque está rodeada por muchos ríos y el océano Pacífico. No es verdad, porque con obras de drenaje es posible mitigar el impacto sobre la población. Como casi nada de eso se ha hecho, las familias que viven en los barrios de la parte baja de la ciudad lo perdieron casi todo, el 25 de enero último. El agua -que subió hasta dos metros sobre las viviendas- se llevó los enseres y los convirtió en escombros.
Por cada calle, aún llenas de lodo, que se camine aparecen ruinas y desolación. No hay un solo lugar en los barrios Río Teaone, 50 Casas, La Propicia 1, La Propicia 2 -para mencionar algunos- que haya quedado indemne ante la fuerza de la creciente.
Es cierto que los habitantes que decidieron hacer su vida en esos sitios de riesgo igualmente son responsables de su tragedia. Lo son más los políticos que permitieron las invasiones o que les ofrecieron un terreno en esos sectores inadecuados para vivir, durante las campañas electorales, a cambio de votos para ser elegidos.
Esmeraldas ha crecido de esa forma y no es un problema de los últimos cinco o 10 años: ha sido así toda su vida. Y mientras la provincia y la ciudad crecían, pasaron muchos políticos, como alcaldes, prefectos, concejales, consejeros (cuando los hubo), quienes fueron elegidos para ser sus administradores.
Si fueron los responsables de su crecimiento y de su desarrollo, también lo son de la más grande tragedia que ha sufrido Esmeraldas en los últimos 25 años. La naturaleza no es la responsable.