Aunque la mayoría de los libaneses se enorgullece de su sistema nacional de educación, profundas divisiones sectarias en las escuelas públicas hacen imposible ignorar la fragmentación política y religiosa de la sociedad o sus impactos a largo plazo.
“No quiero enviar a mi hija a una escuela islámica donde la obliguen a usar velo, cuando tiene (apenas) nueve años. No quiero ese estilo de vida para ella. Prefiero gastar hasta el último centavo en enviarla a una secular, donde tendrá la oportunidad de mezclarse con miembros de otras comunidades”, dijo la chiita Dallal, que vive en el sur de Líbano.
El dilema de Dallal es común, el Gobierno reconoce oficialmente 18 sectas. Decenas de madres que residen en áreas dominadas por una de las muchas comunidades religiosas sienten la misma tensión al decidir sobre la educación de sus hijos.
“También hay (segregación) entre las escuelas del norte y el sur, y del este y el oeste”, explicó Mona Fayad, profesora de psicología en la Universidad Libanesa.
Desde el fin de la guerra civil de 15 años, en 1990, diferentes grupos religiosos echaron raíces en las áreas rurales, dividiendo a la sociedad en bolsones según sus creencias. La única excepción es la capital, donde la presencia histórica de identidades culturales diversas ha fomentado mayor tolerancia.
Hasta 1975, la mayoría de escuelas tenían alumnado diverso, pero durante la guerra y con el consecuente éxodo de grupos religiosos, la uniformidad se volvió norma en escuelas públicas rurales.
Por ejemplo, en algunas aldeas chiitas del sur es frecuente que los estudiantes lleguen a la escuela secundaria sin encontrar a ningún sunita. Por el contrario, en Akkar, bastión del Islam sunita, los chiitas son vistos como extranjeros. Allí, los estudiantes de ambas comunidades rara vez se mezclan entre sí.
“El origen del problema no es (solo) el sistema educativo, sino (también) la segregación de comunidades en el ámbito escolar”, dijo Ali Demashkieh, fundador de la ONG Teach For Lebanon (Educar para Líbano).
A expertos como Demashkieh les preocupa que “demasiada flexibilidad conduzca a interpretaciones muy personales de la historia en ciertas escuelas”.
A consecuencia, algunas instituciones promueven una comprensión sesgada de la historia nacional. Resulta ilustrativa la reciente controversia en torno a los intentos por eliminar las palabras “Revolución del Cedro” de un libro de historia nacional para la enseñanza secundaria.Un comité ministerial decidió referirse a la revolución de 2005 -que se hizo famosa por el millón de protestas que desembocaron en la expulsión del Ejército sirio de Líbano- como “una ola de manifestaciones”, suscitando la ira de los políticos que participaron en los históricos acontecimientos.