Día a día, en los artículos de opinión y en las cartas al director de este periódico, leo opiniones tajantes y juicios inmisericordes. Muchas veces no son más que proyecciones de las propias fobias y filias y apenas representan algo a la hora de iluminar y permitir un juicio objetivo y ponderado. Comprendo que hay temas que nos sacan de casillas, pero todos deberíamos hacer un esfuerzo de comprensión, de escucha y de diálogo.
No hace mucho un taxista me decía que el taxi era como un confesionario. El espacio reducido, la persona dispuesta a escuchar… Todo ello ayudaba a crear el ambiente para la confidencia. Lo he recordado en estos días en que queda de manifiesto la necesidad de ser escuchados, tanto en el ámbito familiar, cuanto en el social y político. Nuestra sociedad tiende a endurecerse a la hora de crear espacios de escucha, participación y diálogo. Y, sin embargo, manifiesta al mismo tiempo una profunda necesidad de ejercer la corresponsabilidad y el encuentro humanizador. Hay gente que viene a mi despacho con la única intención de ser escuchada, de sacar afuera ideas y sentimientos represados que, en el cada día, se vuelven difíciles de comunicar. Me hace gracia que muchas personas, después de hablar, agradecen muy sinceramente el bien que se les ha hecho… ¿Cuál? Simplemente el haber sido escuchadas con un poco de atención.
La vida moderna nos carga de actividades, de prisas y de vértigos y muchos apenas tienen tiempo para dedicarse a sí mismos y a los demás, más allá de los intereses inmediatos del trabajo o de la rutina. A veces, no nos sentimos libres; y otras veces nos sentimos juzgados antes de tiempo. En cualquier caso, casi todos experimentamos la dificultad de escuchar o de hablar. Pero es evidente que también experimentamos la necesidad de transparentar y de compartir en algún momento nuestro mundo interior.
Esta sociedad silenciosa, individualista y displicente con el dolor ajeno nos envuelve y aplana. Al final del día, después de un trabajo arduo, del cansancio y de más de una frustración, lo más deseable sería contar con tiempo y espacio de serenidad, oración, diálogo sencillo y amable en el que las cosas de dentro (las que rumiamos en solitario) encontraran sentido y cauce. Tantas veces, basta una palabra, una mirada, una buena taza de café, en la certeza de que el otro me quiere y me comprende… Pero, para muchos no es más que utopía. Por desgracia.
Los espacios y los tiempos intersubjetivos, tanto como los espacios de participación no caen llovidos del cielo… Requieren unas condiciones y un cuidado que no se debe dejar a la improvisación. Claro que la vida nos sorprende muchas veces… Pero siempre tendremos que empujarla en buena dirección.
Permítanme un consejo: no se acostumbren a la rutina, al silencio, a rumiar solo penas, sueños o frustraciones. Descubran el compromiso solidario de construir con otros y el encanto de decir una palabra cabal, expresar un sentimiento verdadero.