La reforma tributaria que acaba de llegar a la Asamblea debería entenderse como la búsqueda de hacer algo sin hacerlo, como el intento de subir impuestos sin subirlos, como el deseo de tener una varita mágica, pero en un mundo donde no existe la magia.
También podría parecer un intento de ir hacia atrás en el tiempo, un intento del Gobierno para regresar a esas épocas, hoy tan distantes, en las que había enormes cantidades de recursos provenientes del petróleo y el dinero llegaba a la caja fiscal sin hacer mucho esfuerzo.
Cuando se revisa el proyecto parecería que se quiere volver a tener ingresos fiscales sin tener un costo político, como se los tuvo cuando el barril ecuatoriano rondaba los USD 100. Pero no, el mundo cambia y el tiempo no retrocede. Así, a muchos del Gobierno les sorprenderá saber que el Muro de Berlín cayó hace más de 25 años, que Irán está en un proceso de franco acercamiento con EE.UU., que los cubanos aplaudieron a rabiar a los Rolling Stones y que el segundo ‘boom’ petrolero se terminó en octubre de 2014.
El mundo cambia. Y si ahora quieren tener recursos para regalarlos a manos llenas, deberán asumir el costo político que implica cobrar impuestos para luego gastarlos en los ministerios de las felicidades, en las ciudades de los conocimientos y en esas inmensas canchas de fútbol en las que nunca se construirá una refinería.
El objetivo central de esta reforma (aproximadamente la décimo quinta de este Gobierno) es recolectar más impuestos, pero, al mismo tiempo, evitar tributos demasiado impopulares. Por eso, es como tratar de “hacer algo sin hacerlo”. Y por eso es que el proyecto es la suma de múltiples remiendos que atacan cada uno a un tema, tratando de recolectar algo de dinero, sin volverse demasiado incómodos para no afectar la popularidad del Gobierno.
Es un intento por tener recursos sin el costo político que eso implica. Es una muestra de cuan alejados de la realidad están.
Si se llegaran a cumplir las optimistas estimaciones oficiales de recaudar USD 300 millones, estaríamos hablando de que con eso cubrirían un veinteavo (1/20) del enorme déficit fiscal.
De manera que no, la reforma no va a resolver el desequilibrio presupuestario.
No, la solución a los graves problemas económicos del país no está en crear impuestitos parches sino en cambiar completamente la actitud del Gobierno frente a la producción, en cambiar el comportamiento de los burócratas ante la generación de riqueza y en equilibrar (pero esta vez en serio) las finanzas públicas.
Peor aún, crear múltiples tributitos que distorsionan la economía es una pésima idea porque las empresas van a dedicarse a aprovechar esas distorsiones en lugar de poner su energía en ser más eficientes y en producir más. Y eso va a complicar todavía más el salir de este hoyo en que nos metió la irresponsabilidad de unos diletantes.