Una herramienta del autoritarismo es cerrar los espacios de encuentro y de coincidencia; imponer a los ciudadanos el escenario trágico de una lucha insalvable entre opuestos irreconciliables; permitirles hablar solo en absolutos como si la realidad fuera blanco y negro, como si las cosas solo pudieran encasillarse en categorías morales de bueno o malo. El autoritarismo, en la peor de sus caras, se basa en que el pensamiento descalifique lo diferente, lo que no se le somete, lo que resiste en su identidad. Prima la lógica de que es preferible callar a equivocarse o a evocar lo incierto; domina la imposición de una sola verdad, gobierna un pensamiento único. Las dictaduras del pensar suelen ser tan avasallantes y crueles como la más violenta represión. Solo el poder sabe, solo el poder conoce; solo el poder es capaz de hablar.
La democracia, en cambio, requiere de actores con pensamiento dinámico; pensamiento que huya a los encierros y a los prejuicios, que proyecte formas de ver la realidad en horizontes abiertos. Es difícil vivir sin certezas; habitar por fuera de absolutos. Sin embargo, para vivir en democracia son indispensables la incertidumbre y el disenso, lo cual es otra manera de decir que se requieren de ciudadanos que se informen y piensen en libertad. No hay cabida para la democracia si el pensamiento de los ciudadanos se expresa, escribe, habla, oye desde el miedo; si se decreta un referente cercado del que nadie puede salirse; si vivimos polarizados.
Cuando una sociedad cae en la trampa de que las visiones sobre la misma se congelan en bandos, esta ha renunciado ya al diálogo y al debate como vía para resolver sus problemas y enfrentar sus desafíos. En esas condiciones, esa sociedad perdió el sendero de construirse a sí misma y solo le queda la opción de la obediencia y la sumisión al poder. Por ello, uno de los componentes principales de la lucha por la democracia es combatir el pensamiento único; reclamar el derecho, sí el derecho a dialogar con quienes piensan distinto; afirmar el pluralismo como una condición ineludible.
Aquello tiene igual jerarquía que los eventos electorales o plebiscitarios.
La democracia se realiza cuando los diferentes pueden encontrar sus coincidencias en medio de sus disputas e intereses encontrados; cuando en el conflicto, consustancial a las relaciones humanas, hay márgenes para coincidencias y sinergias.
La lucha contra el autoritarismo no solo debe centrarse en la democratización del régimen político sino, con igual importancia, en la batalla conceptual por abrir el pensamiento, escapar de la polarización y hallar acuerdos. No se puede luchar contra la opresión si el pensamiento es opresivo; no se puede trascender el autoritarismo pensando en su misma clave.