Las actividades de espionaje del Gobierno norteamericano prácticamente en todo el mundo -reveladas por Snowden- han sido unánimemente condenadas, aunque en distintos tonos. En este contexto, es conocido que todos los Estados, para garantizar su propia seguridad, realizan labores de espionaje, en mayor o menor escala, según corresponda, en última instancia, a sus posibilidades económicas, políticas o tecnológicas, y bien se sabe que una de las funciones del diplomático ha sido -y seguirá siéndolo- “espiar” para informar a su Gobierno sobre las motivaciones, objetivos y mecanismos de que se valen los Estados para conducir sus políticas.
Con sobra de razón, sin embargo, los Estados que han sido víctimas de actividades masivas de espionaje por parte de los Estados Unidos han rechazado tales prácticas y han formulado los reclamos correspondientes. Así procedió la presidenta del Brasil al condenar en la Asamblea General de la ONU la conducta de Washington y exigir explicaciones, como lo hiciera también el Presidente de México. Igual actitud asumió el Presidente de Francia después de conocer que la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos ha violado decenas de millones de datos personales de instituciones y ciudadanos franceses. Hollande dijo que está dispuesto a cooperar con USA, en condiciones de igualdad, como su aliado y amigo pero no como “vasallo”. La Canciller alemana Merkel ha protestado también y parece que España procederá de igual manera ante nuevas revelaciones que se anuncian. La Unión Europea, finalmente, ha condenado sin ambages estas inamistosas prácticas.
Washington ha dado una respuesta que sorprende por su cinismo y amoralidad: ha reconocido sus actividades de espionaje justificándolas “porque todos los Estados hacen lo mismo”. He allí una argumentación que no resiste el menor análisis. Con tan endeble razonamiento podría justificarse cualquier arbitrariedad. No porque en todas partes se roba, mata o viola se puede aceptar esa conducta delictiva. ¿Los progresos de la raza humana en el camino de la convivencia civilizada, sujeta a normas morales y legales, no sirven para nada? Más aún, si este argumento carece de fuerza aún en labios del más iletrado, ¿cómo puede ser esgrimido por un Estado que, en muchos aspectos, es considerado como un ejemplo de sujeción a la norma del derecho? El argumento de la seguridad tampoco es válido: ¡una democracia, para defender sus valores democráticos no puede usar métodos antidemocráticos! Según algunas informaciones, las actividades de espionaje realizadas por Washington se aplicarían también a la vida privada de innumerables ciudadanos de los Estados Unidos. El poder de la Agencia Nacional de Seguridad parece no tener límites. ¿Nos encontramos ante el reinado de un leviatán contemporáneo?