Uno de los personajes que han aparecido en el incierto panorama de nuestra política ha hecho un reiterado llamamiento a todos los sectores, de la izquierda a la derecha, para construir una fuerza unitaria que nos permita enfrentar, por una parte, las difíciles circunstancias económicas en que nos encontramos, y por otra, lo que parecería ser el síntoma de un irremediable agotamiento del modelo político que nos ha dominado por casi una década.
No es la primera vez que un llamamiento de este tipo se produce: nuestra historia nos ofrece, incluso en nuestro accidentado siglo XX, ejemplos repetidos de acuerdos de ese tipo, que algunas veces fueron acertados. Lo curioso es que ahora se trata de un llamamiento que incluye la invitación a olvidar momentáneamente las ideologías para pensar conjuntamente en el país.
Quiero entender que el aludido personaje se refiere a los intereses de grupo cuando habla de “ideologías”; pero no atino a encontrar un modo de pensar en el país prescindiendo de las ideas que cada grupo tiene sobre lo que es bueno y lo que es malo, sobre el papel que corresponde al Estado y el que debe reservarse a la sociedad civil, sobre la relación entre la libertad y la justicia, sobre la conveniencia de ampliar o restringir nuestras relaciones internacionales, y muchos otros temas. Es necesario, por lo tanto, precisar lo que propiamente significan las palabras.
Aunque una de las acepciones de la palabra “ideología” es la que le entiende como el conjunto de ideas políticas de un determinado sector social, es mucho más preciso entenderla como la representación de la realidad que nos formamos no solo por nuestra directa experiencia del mundo y de la vida, sino también (y a veces sobre todo), por fuerza de una tradición que se transmite en el sistema educativo. Esta representación de la realidad no está formada solamente por ideas (o sistemas de ideas), sino también por una serie de elementos no racionales que llevamos en nuestra conciencia, tales como los prejuicios, los temores, las ambiciones, las ilusiones, los deseos, y otros muchos. Estos elementos no racionales, sobre los cuales todo control es muy difícil, distorsionan la imagen de la realidad que nos formamos; pero como no podemos salir de nuestra propia conciencia para comparar las imágenes que hay en ella con la “realidad real”, la única manera de saber si nuestras representaciones corresponden o no a una situación objetiva es el resultado práctico de las acciones.
No tiene sentido, por lo tanto, dejar entre paréntesis las ideologías para pensar en el país. Al contrario, es necesario fortalecerlas y depurarlas hasta donde sea posible, ya que están escaseando entre las numerosas organizaciones políticas. Bastaría leer la declaración de principios que cada una exhibe para encontrar la repetición de ciertas palabras que se consideran prestigiosas, aunque detrás de ellas no encontremos nada. En buena hora si se alcanza una unidad; pero que sea unidad fundada sólidamente en las ideas.
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