Hay un equívoco grave en el debate sobre los límites de la libertad de expresión a propósito del caso Charlie Hebdo:
Los dibujantes de aquella revista satirizaban -es decir, criticaban- los valores negativos que promueven credos como el islamismo o el catolicismo. Satirizaban, por ejemplo, el hecho de que, en nombre de una religión, se justifique la muerte a pedradas de mujeres adúlteras o la persecución de homosexuales. Se burlaron de los curas que, tras bastidores, abusaban de niños inocentes y, en público, se desgarraban las vestiduras por los pecados de la humanidad.
En ningún momento -insisto: en ningún momento- los caricaturistas de aquella publicación se rieron de las actitudes nobles que también inculcan las religiones. Por ejemplo, jamás ridiculizaron la disposición a servir al prójimo que el catolicismo y el islamismo enseñan a sus creyentes; ni tampoco parodiaron el hecho de que una persona quiera cultivar una faceta espiritual, rezando o siguiendo determinados ritos.
Los dibujantes de Charlie Hebdo criticaron la doblez y la mentira, antivalores que también combaten religiones como el catolicismo y el islamismo. Lo hicieron con acritud y desenfado, claro que sí, porque ese es, precisamente, el talante de la sátira.
Así que están muy equivocados quienes ven con indulgencia el asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo aduciendo que ellos mismos se buscaron la muerte por burlarse de valores que son sagrados para otros. ¿La pedofilia es sagrada para un católico? ¿El odio y la violencia son sagrados para un seguidor de Alá? Claro que no.
En el fondo, la sátira religiosa ha ayudado a los credos a desprenderse de sus formas arcaicas y de sus preceptos más injustos. Eso, creo yo, debería ser reconocido.
La bondad de una religión no se mide por la grandiosidad de sus ritos sino por el comportamiento ejemplar de quienes ejercen esa fe. Las caricaturas de Charlie Hebdo subrayaron permanentemente esta verdad simple y contundente, burlándose de las actitudes hipócritas o abiertamente incorrectas que promueven o, por lo menos, toleran las religiones.
Charlie Hebdo no se mofa de los defectos personales de un individuo (esto sí sería reprochable). Aquella revista critica ideas y valores que degradan la dignidad humana y que lamentablemente subyacen escondidos en credos que profesan miles de millones de personas en todo el mundo. Por esta razón, el trabajo de aquellos caricaturistas era respetable y trascendente.
Si creyentes y no creyentes perdemos de vista esta realidad, caeremos en la trampa de la intolerancia y seremos proclives a pensar, erróneamente, que se debe limitar la libertad de expresión y que el asesinato de unos dibujantes fue, en el fondo, una consecuencia lógica del error que cometieron.
@GFMABest