Entre el secreto y la especulación

En “Los adioses” (1954), que es una de sus novelas menos comentadas, Onetti cuenta la historia de un hombre que llega a un pequeño pueblo a fin de ser atendido en un sanatorio para tuberculosos. Pero no ingresa como interno: se queda en el hotel, donde es atendido por un médico y un enfermero. Siempre distante de todos (nunca llegamos a saber ni su nombre), su presencia intriga a toda la población, y es objeto de la observación de un almacenero, que es el narrador de la obra. Su local funciona como tienda, cafetería y estafeta de correos.

Poco después, el hombre recibe alternativamente a una mujer y una muchacha. Recibe a la primera en el hotel; a la segunda, en un apartado chalet que ha alquilado con el exclusivo fin de recibirla.

Se entiende que ellas son quienes le escriben las dos cartas semanales que llegan al almacén. Más tarde ambas hacen otra visita: esta vez la mujer llega con un niño y está almorzando con el hombre cuando inesperadamente llega la muchacha. Hay gran expectación en la concurrencia, que ha identificado a la mujer como la esposa y a la muchacha como la amante, debido a los detalles de los alojamientos y las edades de los tres personajes. Pero no hay escándalo. Las dos mujeres saludan amistosamente, y la muchacha se sienta a almorzar con la pareja y el niño.

El almacenero se entera de todo esto al escuchar las conversaciones de una mucama del hotel, que suele ir al almacén para encontrarse con el enfermero: los dos comentan sus conjeturas sobre el misterioso hombre y sus visitantes. Cuando el hombre muere inesperadamente, el almacenero lee dos cartas que “ha olvidado” entregarle. Por una de ellas, escrita por la mujer, se entera de que la muchacha es hija del hombre, probablemente de una relación anterior, y siente vergüenza de haber pensado todo lo que pensó. Aquí termina la historia.

Pero, ¿y si las cosas fueran diferentes? El hombre puede haber mentido para mantener su relación con la joven amante sin dañar su relación con la mujer que, además, podría no ser la esposa… El lector, que inconscientemente ha adoptado el punto de vista del almacenero, debe admitir que solo puede contar con las conjeturas que el texto le transmite. Hay una verdad, desde luego, pero está escondida y jamás se llega a descubrir; toda la historia es una acumulación de sospechas de un observador lejano, cuyo fundamento es el testimonio de dos personas que imaginan y suponen mucho más de lo que ven.

En la vida real encontramos muchas veces situaciones parecidas, y la política es pródiga en ellas. En estos días, estamos asistiendo a la entrega paulatina de informaciones fragmentarias sobre hechos que necesitamos conocer.

¿Estrategia deliberada para entretenernos con especulaciones mientras se oculta a otros culpables? No sé. No lo puedo afirmar. Pero es evidente que el país exige mayor apertura para llegar a la verdad. Los más interesados en ella deben ser los principales sospechosos, si su proclamada inocencia es verdadera.

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