Realmente resulta frustrante cómo en nuestros territorios, de tanto en tanto y en nombre de supuestas reivindicaciones sociales, buscan reproducirse ensayos que se mostraron ineficaces en otras latitudes. Una visita a Berlín debería ser materia obligatoria para todo aquel que aún crea que los regímenes de corte estatista pueden generar bienestar a los ciudadanos. Ahí se puede constatar cómo el dogma y la ideología puede llevar a tal nivel de exceso a la acción humana. Hacerse la idea de una ciudad partida en dos, en la que en una parte se restringían libertades y se sometía a la población a toda clase de privaciones mientras en el otro los habitantes podían desarrollarse a plenitud, resulta impensable. Pero era la realidad hace poco más de 20 años. Sin embargo las huellas siguen ahí. La parte de la ciudad que estuvo sometida aún hoy luce taciturna, en una sensación de abandono, donde nadie quiere permanecer, poco a poco la toman los trabajadores que vienen de otros lugares y sus antiguos habitantes huyen, quizás para ahuyentar los malos recuerdos.
Pero el país es una locomotora boyante y ahora imprime el ritmo de una Unión que, quiérase o no, está marcada por su liderazgo. Luego de la reunificación que le ha costado ingentes cantidades de dinero, Alemania emerge como la mayor potencia industrial del continente europeo. La investigación y la tecnología de punta se abren paso, porque cuenta con una población altamente educada que permite alcanzar a sus empresas un nivel de competitividad verdaderamente envidiable.
Las discusiones sobre el pasado reciente ya no agotan el tiempo de sus habitantes. La mayoría reconoce que fue una época inútilmente perdida que hay que dejar atrás y enfocarse en el presente. Fue un ensayo que constituyó un ancla a su verdadera capacidad emprendedora, pero que ahora no debe pesar más. Siguen progresando imparables, molestos a veces por los recursos que deben aportar para el salvamento de países que no han tenido la disciplina que ellos se han impuesto. No obstante, ante la crisis implementó un programa laboral consensuado que le ha permitido tener bajos índices de desempleo, que ahora quiere ser emulado en otros países de la Unión.
En cambio en nuestra región aún perduran evocaciones hacia esos regímenes que fracasaron estrepitosamente, de los que ahora sólo queda un mal recuerdo. Implosionaron de manera que no queda ni rastro de su legado nefasto. Realmente con su otro vecino totalitario, son la mala conciencia del siglo XX. Pero no faltan quienes, pese a las lecciones de la historia, siguen insistiendo en que esas recetas son aplicables. Necedad o tontería. Sólo la falta de una profunda cultura crítica permite que esos postulados aún tengan resonancia en nuestras poblaciones. Quizá por eso el desarrollo aún no se perciba en el horizonte de nuestra región.