Aaron James, doctor en filosofía por la Universidad de Harvard y profesor de la Universidad de California, Irvine, publicó el año pasado un ensayo, ‘Idiotas: una teoría sobre Donald Trump’, en el que busca desentrañar y sistematizar las características más notorias del “político imbécil”, aplicables a muchos otros de la escena mundial. James parte de una hipótesis: “En mi opinión no existe un Trump ‘real’. Lo que sugiero aquí es una modesta teoría sobre su persona: es a la vez un hombre espectáculo, un maestro del menosprecio, un payaso bobo sin ninguna consideración cívica, sexista, racista, xenófobo, aquejado de ignorancia selectiva, autoritario, demagogo, una amenaza para la república y un imbécil”.
¿Qué es un “político imbécil”, según James? Si bien a lo largo de su ensayo analiza detalladamente a Donald Trump desde diversos aspectos (como payaso bobo, hombre espectáculo, exitoso y triunfador, insultador, misógino, violento, populista o autoritario), en las primeras páginas señala ya los “requisitos necesarios para ser imbécil en cuanto rango estable de personalidad”. Leamos: “En este sentido, el imbécil es un tipo (por lo común suelen ser varones) que se arroga de manera sistemática una serie de ventajas en las relaciones sociales totalmente convencido -aunque no tenga razón- de que está en su derecho” (puede insultar, por ejemplo, aunque no acepta ser insultado), “cosa que lo inmuniza frente a las protestas de los demás”.
Mencionaré apenas dos de los muchos rasgos que distinguen al “político imbécil”: la incitación a la violencia y la misoginia. Adams cita en su respaldo, en el capítulo ‘Populismo y violencia’, varias declaraciones de Donald Tump. En un mitin, ante la agresión a un oponente afroamericano descontento: “Se lo merecía. La próxima vez que lo veamos, quizá tengamos que matarlo…”: “Si veis a alguien que está a punto de lanzar un tomate, lo moléis a palos, verdad?” O hablando de un detractor: “Me dan ganas de darle en la cara”. O de las mujeres: “cabecita hueca” o “gorda cochina”. “¿Qué clase de imbécil -se pregunta el autor- alude al tamaño de su pene ante un público educado mientras nos pide que lo hagamos presidente de los Estados Unidos…?”
Adams, ante la presencia cada vez más frecuente del “político imbécil” en los altos niveles del poder, concluye su ensayo solicitando una reforma de la actual cultura democrática, sugiriendo la necesidad de aprender a escuchar a los demás, de establecer un verdadero diálogo y de introducir cambios “en la clase de persona que debe ser elegida para la presidencia…”. “Cada uno de nosotros puede empezar, hoy mismo, a ayudar a la reconstrucción de la razón común… Podemos apoyar una nueva cultura de debate. Podemos resolvernos, en este preciso instante, a dejar de gritar y buscar modos más creativos para que nos escuchen en un diálogo más extenso…”
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