Cuando la gente admira una presentación artística de música y danza, aprecia en primer lugar la habilidad de los bailarines y la calidad de los músicos. Solo en un segundo momento valora el mérito de quien dirige el grupo, por su capacidad de entrenar a los ejecutantes. Pero, en realidad, en un balet de calidad, hay mucho más que considerar. No es solo fruto de largas horas de ensayos, sino resultado de años de investigación, que no se captan a primera vista.
Por ello, las pocas y sacrificadas personas que han formado y mantenido grupos de danza nacional o “balets folklóricos”, merecen especial reconocimiento. En primer lugar, se han formado como expertos en condiciones adversas, porque en el Ecuador no había centros de capacitación. Luego, ha reclutado gente, casi siempre voluntarios, para entrenarlos como bailarines. Pero antes han realizado investigaciones sobre cultura popular, historia y tradiciones locales, para rescatar piezas musicales y costumbres o para “inventar” nuevas, a base de una elusiva realidad.
Pero quizá lo más difícil, que casi nunca se aprecia, es que lo ha hecho a puro pulso, con esfuerzo personal, sin ayuda oficial sistemática, convirtiéndose, sobre todo las mujeres, además de directoras y representantes artísticas, en cargadoras, tramoyistas, mini empresarias, presentadoras, choferes, hasta enfermeras y consejeras sentimentales. Porque los grupos se hacen, y sobre todo se mantienen, a fuerza de voluntad y amor al arte.
Virginia Rosero Verdesoto es una de esas pocas pioneras que desde hace más de 51 años mantiene su balet nacional con gran esfuerzo personal y colectivo. Nació en Ambato en una familia dedicada a la educación y la cultura. Desde sus primeros años le gustó la danza y por ello se fue a estudiar en el Instituto de Bellas Artes de México, Regresó al Ecuador para continuar su proyecto de investigación. Muy joven formó su grupo y desde entonces ha sido un referente nacional en ese campo.
El Balet de Virginia Rosero se ha presentado desde los más humildes escenarios escolares o parroquiales, hasta los grandes teatros nacionales de México y Rusia. Ha viajado por tres continentes haciendo conocer la música y la danza del Ecuador. A veces ha unidos sus esfuerzos con otras artistas de renombre como Patricia Aulestia.
Pero quizá su mayor mérito, aparte de haber formado muchas generaciones de jóvenes artistas y de rescatar nuestro patrimonio cultural, no solo en la danza, sino también en las costumbres y el vestuario, ha sido su preocupación muy temprana por desarrollar la interculturalidad en un país de diversidades indígenas, mestizas y afroecuatorianas, así como regionales. Ahora hasta la Constitución lo reconoce, sobre todo gracias a la lucha indígena, pero también por acciones pioneras como la de Virginia Rosero.