¿Qué sucedería, me pregunto, si en un día cualquiera, como si se tratara de un relato de ciencia ficción, desaparecieran de las pantallas, simultáneamente, todas las redes sociales, y fuera imposible restablecerlas?
En esa hipótesis, el mundo entero quedaría desconcertado. Muchos perderían la cabeza; pero los primeros en perderla serían los políticos.
Pienso, por ejemplo, en el presidente Trump, que gobierna a través del twitter su gigantesco, poderoso y conflictivo país. Maneja con sus trinos las relaciones con la China o con Rusia, pretende frenar el pavoroso avancen del virus, conduce su campaña presidencial, critica las decisiones de la Corte Suprema y hasta sugiere la postergación de las elecciones.
Pienso en un prófugo de la justicia que por el mismo medio injuria y desprestigia, organiza mítines y protestas, denuncia y enjuicia, contrata un partido que le patrocine, defiende lo indefendible, y hasta llega a sugerir golpes de estado.
Puedo imaginar la crisis de desesperación en que entrarían tales personajes si se cumpliera esa hipótesis y perdieran su herramienta cotidiana.
Pero no son solo ellos. Hoy día cualquier hijo de vecino que alimente un proyecto político, aunque sea de ínfima cuantía, considera que debe tener una presencia abusiva en las redes sociales.
Y para conseguir que se difundan su nombre y su imagen es capaz de apelar a cualquier recurso: a una mentira desorbitada o a un infundio si les parece oportuno, o a cualquier oferta por demagógica que sea.
Buena parte del hastío que siente el ciudadano común frente a la política se produce precisamente por esa abrumadora tormenta de mensajes que se expanden a través de las redes, que nos invaden, que molestan, que estorban, que no tienen nada de rescatables, que nos enredan con sus nudos y aparejos, pero que están ahí.
Claro que no se puede ser tan terminante en el tema de las redes.
No todos sus usuarios nos enredan y no solo los políticos acuden a las redes. También los deportistas, los cantantes, los chefs, los hombres de negocios, los profesionales, los publicistas, los emprendedores, los vendedores, los compradores, los intermediarios.
Todo el que quiera llegar a la gente con alguna propuesta, con algún mensaje, debe estar en las redes.
La presencia ubicua de las redes sociales constituye uno de los más indiscutibles signos de nuestro tiempo. Y salvo, en la ciencia ficción, así continuará en el futuro.
Y, en buena parte de los casos, tal vez en la mayoría, sirven para causas nobles, o al menos para una comunicación indiferente o inocua; pero, cuidado, también son vehículo de agresiones y vulgaridades y utilizadas para los más abyectos objetivos.