Hace pocos meses estuve en Medellín. Recorrí varias exposiciones de arte contemporáneo colombiano; algunas aludían al tema de los desaparecidos. En una, muy conmovedora por cierto, el artista presenta fotos en dupleta: la una del grupo familiar o amigos, y la otra, años más tarde, con los mismos personajes, los que aún quedaban, en las mismas posturas. En algunos casos, uno de cinco miembros. Tremendo vacío. Los había matado las FARC o las fuerzas represoras privadas o estatales. Da igual quienes fueran, estaban muertos.
Mantengamos la historia en vilo. En la Cumbre de Cartagena el Gobierno estadounidense da un giro a la política antinarcótica. Sin embargo, no habla de despenalización, cosa que era fuertemente discutida y agendada por algunos presidentes latinoamericanos. La pone más suave; intenta plasmar como objetivo prioritario el tratamiento y la prevención de la drogadicción como una enfermedad. Queda en segundo plano la militarización, guerra empezada oficialmente por Richard Nixon en 1971 y que tantas muertes ha causado, tantas como las descritas arriba, miles en todo el continente americano. Ha servido, además, de pretexto para las más disímiles intervenciones de Estados Unidos en la marcha de la política interna de nuestros países. De soberanía nada.
Nuevo giro: Obama declara que “demasiados norteamericanos necesitan tratamiento por problemas relacionados con el uso de sustancias pero no lo reciben”. Los estudios científicos demuestran, cita el Presidente, que las drogas no son un fallo moral del individuo “sino una enfermedad mental que puede prevenirse y tratarse”. Rehabilitar e insertar, en lugar de condenar a prisión, resume su postura y la de miles de estadounidenses.
Sin embargo, tengo la impresión de que la drogadicción no tiene que ver únicamente con el individuo y su problemática psíquica, sino con una sociedad enferma en su conjunto, una sociedad que se hace cada vez más dispar, más injusta. Una liberación del capital tan bruta que inspira atrozmente a la acumulación del mismo, que usa los sistemas más sofisticados para ello, que ha generado unos mundos burbuja atropellantes que hacen crecer la imagen de un mundo individual lleno de placeres basado en el consumir sin límites. La meta de vivir sencillo, de ser parte responsable de una comunidad, sin corrupciones, se ha vuelto el antivalor por excelencia. Ahora solo lo practican aquellos ‘loosers’ (perdedores).
La sociedad es la enferma. Señor Obama, la droga es consecuencia directa de la disparidad y angustia provocada por el sistema político y económico del cual Estados Unidos es el mejor representante y nosotros, los mejores pupilos.